RINN AMER*: La crisis climática es producto del sistema, no de los individuos/ Ver- Oliver Milman*: La industria de los combustibles fósiles conocía el peligro climático ya en 1954

02.02.24

 

La crisis medioambiental no es el resultado inevitable de que los individuos persigan su propio interés en un mundo de recursos finitos. Es producto del robo y la privatización de los bienes comunes con fines lucrativos.

 

Los criminales que producen la actual crisis climática nos quieren hacer creer que se trata de una «tragedia de los comunes», el resultado inevitable de que los individuos persigan su propio interés en un mundo de recursos finitos.

El término fue popularizado por el biólogo Garrett Hardin en un artículo publicado en 1968 en Science, y es uno de los ensayos científicos más citados —y vociferantemente refutados— del siglo XX. Hardin sostenía que la tragedia medioambiental acompaña inevitablemente al uso y gestión públicos de la tierra, el agua y el aire. Pero la historia real del agotamiento de los bienes comunes cuenta casi la historia opuesta: la de la privatización, el cercamiento y la búsqueda implacable de beneficios.

Mala historia

El desacreditado ensayo de Hardin gira en torno a una sencilla parábola: unos pastores apacientan sus vacas en un pasto común. Todo va bien durante unos cuantos milenios, de hecho tan bien que cada pastor decide apacentar una vaca más, pensando que el beneficio personal de la vaca extra compensa el estrés para el pasto. Muy pronto la hierba se acaba, las vacas mueren de hambre y todos los habitantes del planeta mueren. Pero aquí está el truco: siempre fue lo que iba a ocurrir. Un recurso finito compartido siempre sucumbirá a la sobreexplotación. «La lógica inherente a los bienes comunes genera sin remordimientos la tragedia. La ruina es el destino hacia el que se precipitan todos los hombres, cada uno persiguiendo su propio interés». Trágico.

Han pasado casi quince años desde que la politóloga Elinor Ostrom ganó el Premio Nobel por el trabajo de toda una vida demostrando que las personas son realmente capaces de compartir recursos finitos sin agotarlos. Sin embargo, a medida que la rápida devastación medioambiental fuerza la cuestión de la gestión de los recursos al debate público, la influencia de Hardin no ha hecho más que crecer.

Eugenista y nacionalista blanco cuyo trabajo académico sobre el control de la población vino acompañado de una agenda política muy específica sobre qué poblaciones había que atacar, Hardin ha disfrutado de un renacimiento de culto en la extrema derecha. Su retórica está siendo retomada por los sicarios de los combustibles fósiles cuando cambian su estrategia defensiva del negacionismo del cambio climático a la afirmación de que todos compartimos la culpa del calentamiento del planeta.

Incluso se pueden encontrar referencias a Hardin en lo que se supone que es la corriente dominante «bien informada». En un reciente artículo explicativo sobre la investigación del New York Times sobre el aterrador agotamiento de las aguas subterráneas de Estados Unidos, por ejemplo, el periodista David Leonhardt opta por invocar la fatalista fábula ecofascista de Hardin por encima del trabajo de campo de Ostrom —gran parte del cual versa sobre el uso de las aguas subterráneas— que sirvió de base para sus célebres ocho principios para la gestión de los bienes comunes.

Entre sus muchos otros fallos, el ensayo de Hardin es mala historia. En Inglaterra, donde se originó el término «commons», los pastos compartidos donde los campesinos apacentaban sus rebaños no fueron sobreexplotados, sino robados, parcelados y privatizados en un proceso histórico muy estudiado conocido como enclosure [cercamientos]. A partir de 1604, miles de leyes parlamentarias de cercamiento desviaron más de una quinta parte de la campiña inglesa. Los habitantes se opusieron amargamente a este robo legalizado y protagonizaron levantamientos periódicos para resistirlo.

Cuando enseño la Introducción a la Historia de América, este es uno de los puntos por los que empiezo. La mayoría de nosotros sabemos que las culturas indias americanas no tienen una noción tradicional de la propiedad exclusiva y permanente de la tierra, pero pocos de mis alumnos se dan cuenta de que los campesinos ingleses tampoco estaban convencidos de ello. La opinión inglesa habitual era que los habitantes compartían derechos comunes sobre la tierra.

Justificación de la propiedad privada

El concepto moral y legal de la propiedad de un recurso como un pasto inglés o un bosque norteamericano aún estaba en construcción cuando comenzó la colonización de América. El paso a la privatización requería una enorme literatura de justificación, que abarcaba clásicos de la Ilustración de la talla de John Locke y la oscura conferencia de 1833 del economista inglés William Forster Lloyd, de la que Hardin tomó prestada la alegoría de los comunes.

Al igual que Hardin, a Lloyd no le preocupaba realmente la degradación medioambiental, sino controlar la indeseable profusión de pobres. En su conferencia, el ejemplo de los bienes comunes pretende ser una ilustración metafórica de la ley de hierro de los salarios. Los pastores son trabajadores agrícolas asalariados, y las vacas son sus hijos. Si un trabajador individual tiene más hijos (es decir, pastorea más vacas), su hogar puede llevar a casa más salarios; pero si todos los hogares lo hacen, el excedente de mano de obra deprimirá los salarios y todos seguirán languideciendo en la pobreza.

Lloyd era muy consciente de que la situación que describía no era una verdad universal, sino una novedad histórica. El cercamiento había acuñado una nueva clase de jornaleros agrícolas sin tierra y sujetos al tiránico cálculo del mercado. Lloyd construyó su analogía de los commons en un intento de comprender por qué los trabajadores seguirían teniendo hijos dadas estas nuevas realidades, sin recurrir a explicaciones como la estupidez y la inmoralidad preferidas por su contemporáneo Thomas Malthus. En 1833, el debate estaba candente. El Parlamento estaba en proceso de revisar el sistema de asistencia social, destripando el derecho habitual al socorro y exigiendo en su lugar a los indigentes que realizaran trabajos agotadores en casas de trabajo centralizadas para poder recibir ayuda.

Como ha señalado el historiador Peter Linebaugh, estos intentos de controlar teórica y penalmente a los pobres del campo fueron una respuesta a la campaña masiva de destrucción coordinada de propiedades que perpetró en 1830. Comenzando en el sureste y extendiéndose rápidamente por todo el país, los trabajadores se reunieron por centenares para romper trilladoras y prender fuego a graneros y cobertizos. Amenazaron a los agricultores de nivel medio y a los funcionarios del gobierno con notas en las que exigían salarios adecuados y el fin de la mecanización, firmadas con el amenazador seudónimo de Capitán Swing.

En las afueras de Oxford, donde Lloyd tenía su cátedra de economía política, los campesinos marchaban por Otmoor arrasando las vallas, setos y zanjas que cercaban sus tierras ancestrales.

La tragedia del cercamiento

Sin duda, parte del atractivo del mito trágico de los bienes comunes de Hardin reside en su pesimismo. Es tan deprimente que debe ser cierto. Todos estamos condenados: la resistencia es inútil. La inevitabilidad nos excusa de la lucha (Hardin y su esposa se suicidaron en 2003, alegando su deseo de crear más espacio en la Nave Espacial Tierra). Pero la tragedia, la «inevitabilidad sin remordimientos», como la define Hardin, es un modo inherentemente ahistórico. Siempre ha habido contingencias, otras formas en que la historia podría haber ido. Las tragedias del pasado son trágicas expresamente porque nunca fueron inevitables. No es el destino… es el capitalismo.

La pérdida de nuestras aguas subterráneas, aire limpio, humedales y bosques no representa la tragedia de los bienes comunes, sino la tragedias del encierro (con frecuencia, encierro literal, como el de nuestra agua en botellas de plástico de Nestlé y Coca-Cola). Cuando desaparece un recurso compartido, antes de buscar a las multitudes que dependen de él para vivir, deberíamos llamar a las puertas de quienes lo privatizan con fines lucrativos.

 

Imagen destacada: Baja del nivel del agua en el embalse de Woodhead, cerca de Sheffield, Reino Unido (30 de junio de 2023). (Anthony Devlin / Bloomberg vía Getty Images)
*ARINN AMER: Candidata a doctora en Historia por la City University of New York.
Fuente: Jacobin América Latina
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La industria de los combustibles fósiles conocía el peligro climático ya en 1954

 

(Compuesto: The Guardian/Colecciones y archivos especiales, UC San Diego/Biblioteca Lyndon B Johnson)

Por Oliver Milman*

La industria de los combustibles fósiles financió algunas de las investigaciones climáticas más fundamentales ya en 1954, según documentos recientemente descubiertos, incluidas las primeras investigaciones de Charles Keeling, famoso por la “Curva de Keeling” que rastreaba los crecientes niveles de dióxido de carbono en la Tierra.

Los documentos revelan que una coalición de intereses petroleros y automovilísticos pagó 13.814 dólares (unos 158.000 dólares en términos actuales) en diciembre de 1954 para financiar los primeros trabajos de Charles Keeling para medir los niveles de CO2 en el oeste de los Estados Unidos.

Charles Keeling estableció entonces la medición continua del CO2 global desde el observatorio Mauna Loa en Hawaii. Esta “curva de Keeling” (ver gráfico a continuación) permitió rastrear el aumento constante del carbono atmosférico en el origen de la crisis climática. Ha sido aclamado como uno de los trabajos científicos más importantes de los tiempos modernos.

Las empresas de combustibles fósiles respaldaron a un grupo, conocido como Air Pollution Foundation, que proporcionó fondos a Charles Keeling para medir el CO2 como parte de un esfuerzo de investigación conjunto sobre el smog (mezcla de partículas finas y ozono) que, en ese momento, plagaba regularmente a Los Ángeles. . Este trabajo es anterior a todas las investigaciones climáticas financiadas por compañías petroleras.

En la solicitud de financiación para la investigación – descubierta por Rebecca John, investigadora del Centro de Investigaciones Climáticas, y publicada por el sitio web climático DeSmog – el director de investigación de Charles Keeling, Samuel Epstein, menciona nuevos análisis de isótopos de carbono que podrían identificar “cambios en la atmósfera”. ” Provocada por la quema de carbón y petróleo.

“Las posibles consecuencias de un cambio en la concentración de CO2 en la atmósfera sobre el clima, sobre las tasas de fotosíntesis [de las plantas] y sobre los niveles de compensación con el carbonato del océano podrían, en última instancia, resultar de considerable importancia para la civilización”, afirmó. Samuel Epstein, investigador del Instituto Tecnológico de California (Caltech), en la Air Pollution Foundation en noviembre de 1954.

Los expertos dicen que estos documentos muestran que la industria de los combustibles fósiles ha estado estrechamente asociada con la creación de la ciencia climática moderna, así como con sus advertencias sobre las graves consecuencias del cambio climático. Posteriormente, rechazó públicamente esta ciencia durante décadas y financió continuas iniciativas para retrasar la acción para combatir la crisis climática.

“Estos documentos contienen pruebas convincentes de que, a más tardar en 1954, la industria de los combustibles fósiles sabía que sus actividades podían alterar el clima de la Tierra en una escala significativa para la civilización humana”, afirmó Geoffrey Supran, experto en desinformación histórica sobre el clima de la Universidad de Miami. “Estos resultados proporcionan una sorprendente confirmación de que las grandes compañías petroleras han seguido de cerca la ciencia climática académica durante 70 años –el doble de mi vida– y son un recordatorio de que continúan haciéndolo hasta el día de hoy. Este seguimiento hace ridícula la negación de la industria petrolera, décadas después, de la ciencia climática básica”.

Investigaciones anteriores de documentos públicos y privados han encontrado que las principales compañías petroleras han pasado décadas realizando sus propias investigaciones sobre las consecuencias de quemar sus hidrocarburos, a menudo con una precisión sorprendente. Un estudio del año pasado encontró que los científicos de Exxon hicieron predicciones “asombrosamente” precisas sobre el calentamiento global en las décadas de 1970 y 1980.

Los documentos recientemente descubiertos muestran ahora que la industria conocía el impacto potencial del CO2 en el clima ya en 1954 gracias, en particular, al trabajo de Charles Keeling, un investigador de Caltech que entonces tenía 26 años y que llevaba a cabo trabajos de investigación midiendo el CO2. niveles en California y las aguas del Océano Pacífico. No hay indicios de que la financiación de esta investigación por parte de empresas de petróleo y gas haya distorsionado sus resultados de alguna manera.

Los resultados de este trabajo llevarían al científico estadounidense a realizar otros experimentos en el volcán Mauna Loa, en Hawaii, que permitirían establecer un inventario permanente de la composición del dióxido de carbono, que aumenta peligrosamente en todo el mundo.

Charles Keeling murió en 2005, pero su obra fundamental sigue siendo relevante en la actualidad. Actualmente, el contenido de CO2 de la atmósfera terrestre es de 422 partes por millón, casi un tercio más que cuando se midió por primera vez en 1958, y un salto del 50% con respecto a los niveles preindustriales.

Este estudio vital del principal gas que atrapa el calor y que ha elevado las temperaturas globales a niveles nunca antes alcanzados por la civilización humana se realizó, en parte, con el apoyo de la Air Pollution Foundation.

Un total de 18 empresas automovilísticas, entre ellas Ford, Chrysler y General Motors, han aportado fondos a la fundación. Otras entidades, incluidos bancos y sectores comerciales, también contribuyeron con financiación.

Además, un memorando de 1959 identifica al Instituto Americano del Petróleo (API), la principal organización de presión sobre el petróleo y el gas en Estados Unidos, y a la Asociación Occidental de Petróleo y Gas, ahora conocida como Asociación de Petróleo de los Estados Occidentales, como “principales contribuyentes a la financiación de la Fundación para la Contaminación del Aire (APF)”. No está claro cuándo la API comenzó a financiar la APF, pero ya tenía un representante en un comité de investigación a mediados de 1955.

Una declaración de política de la Air Pollution Foundation de 1955 califica el problema de la contaminación del aire, causada por las emisiones de automóviles, camiones y plantas industriales, como “uno de los más graves que enfrentan las áreas urbanas” de California y otros lugares. Precisa que el problema se abordará mediante una “investigación diligente y honesta de los hechos, mediante una acción sensata y eficaz”.

Los documentos desenterrados proceden de los archivos de Caltech, los Archivos Nacionales de EE. UU., la Universidad de California en San Diego y periódicos de Los Ángeles de la década de 1950, y representan lo que puede ser el primer caso en el que la industria de los combustibles fósiles es informada de las consecuencias potencialmente desastrosas de su negocio. modelo.

Según Carroll Muffett, director ejecutivo del Centro para el Derecho Ambiental Internacional, la industria del petróleo y el gas se interesó primero en la investigación sobre el smog y otros contaminantes directos del aire antes de centrarse en los efectos del cambio climático.

“Siempre volvemos a la industria del petróleo y el gas, que estaba omnipresente en este entorno”, afirmó. “La industria no sólo ha sido consciente, sino profundamente consciente, de las posibles implicaciones climáticas de sus productos durante casi 70 años”.

Según Carroll Muffett, estos documentos dan un nuevo impulso a los esfuerzos en varias jurisdicciones para responsabilizar legalmente a las empresas de petróleo y gas por los daños causados ​​por la crisis climática. “Estos documentos hablan de que las emisiones de CO2 tienen implicaciones globales, lo que significa que esta industria entendió desde el principio que la quema de combustibles fósiles tenía consecuencias globales. Existe evidencia abrumadora de que la industria del petróleo y el gas ha engañado al público y a los reguladores sobre los riesgos climáticos de sus operaciones durante 70 años. Es irresponsable confiar en ellos para que sean parte de las soluciones. Ahora hemos entrado en una era de escrutinio y rendición de cuentas”.

Se contactó a la API y a Ralph Keeling, el hijo de Charles Keeling, que también es científico, para comentar sobre los documentos, pero no respondieron.

(Artículo publicado por The Guardian el 30 de enero de 2024; traducción editorial A l’Encontre )

 

*Oliver Milman: es reportero medioambiental de Guardian US. Gorjeo @olliemilman. Febrero de 2024.

 

Tomado de: A´l Encontre


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