ARGENTINA- EDUARDO LUCITA*: El buen almacenero

17SEP23 

Por EDUARDO LUCITA*

El almacén de enfrente era un típico almacén de barrio, pequeño pero muy bien provisto de productos, en esa época no había tanto “packaging” como ahora y no eran pocos los que se vendían a granel, las lentejas, los garbanzos y hasta el azúcar y el té.

La buena gente

A fines de los ’70 del siglo pasado, en plena dictadura militar y luego de  algún tiempito en el interior del país, regresamos a la capital.  Con varias mudanzas a cuestas finalmente recalamos en el barrio de Chacarita, más precisamente en la calle Leiva, entre la Av. Corrientes y la paralela J. G.  Lemos. Un segundo piso a la calle con balcón francés en un edificio  de los de antes, paredes anchas, espacios amplios y muy luminosos. Cuando nos instalamos le preguntamos al portero por algunas indicaciones básicas del barrio, donde comprar, paradas de colectivos, etc, nos lo indicó y agregó que tanto el barrio como el edificio eran tranquilos, salvo aquel momento en que se supo que vivía allí la Arrostito…tanto como para tranquilizarnos.

A los pocos días y mirando por el ventanal mientras tomaba unos mates me pareció ver una figura conocida que entraba en el almacén que estaba enfrente en diagonal al edificio. Al otro día al atardecer lo mismo y ya no tuve dudas, era “el gordo del FAL” (Antonio Bitto ya fallecido). Al tercer día lo encontré en el ascensor, vivía con su familia dos pisos más arriba. A tal punto que su hija terminó yendo al jardín con la mía. Laurita, es hoy uno de los principales referentes del Movimientos Popular “La Dignidad”, integrado al gobierno del Frente de Todos, y su madre, Cristina, dirigente del MTR-12 de abril que forma parte de la Unidad Piquetera.

En la planta baja en un departamento de un ambiente, también a la calle, vivía un muchacho joven muy correcto y formal, que se ve le gustaba la música clásica. Varias décadas después el excelente periodista venezolano Modesto Emilio Guerrero me invitó a participar en la presentación de uno de sus libros recién editado. Compartí el panel con mi camarada y amigo siempre recordado, Guillermo Almeyra y con un reconocido periodista económico de Clarín, si bien ya estaba calvo me pareció era aquel muchacho de la PB. Se lo pregunté me respondió que sí que vivió allí un tiempo. Cuando le dije que lo recordaba por el volumen con que ponía la música me cuenta que en ese tiempo era militante de Política Obrera, el antecedente del actual Partido Obrero (en aquel entonces se le decía el PO, y ahora el P.O, que escribía los artículos económicos del periódico por lo que esos días subía el volumen más de lo normal para que no se escuchara el repiquetear del teclado de la máquina de escribir.

El almacén de enfrente era un típico almacén de barrio, pequeño pero muy bien provisto de productos, en esa época no había tanto “packaging” como ahora y no eran pocos los que se vendían a granel, las lentejas, los garbanzos y hasta el azúcar y el té. En la planta alta estaba la vivienda familiar donde vivía la pareja de almaceneros. Un matrimonio cincuentón, el hombre un gordo grandote y bonachón muy amable y de buena conversación, la mujer más taciturna siempre con una sonrisa a flor de labios, con el correr de los días me di cuenta que era un rictus y que sus ojos negros contenían una profunda tristeza. Me fui enterando que el matrimonio tenía un hijo que vivía con ellos y que hacía un año contrariando la opinión de sus padres se había comprado una moto. A los pocos días tuvo un accidente y perdió la vida. Dicen que desde entonces la pareja ya no fue lo que era, que habían perdido la alegría que los caracterizaba. Que el hombre más o menos mantenía la actividad del negocio y la relación con los vecinos pero que ella se había ido replegando sobre sí misma, que pasaba días enteros sin bajar al almacén encerrada en su pieza.

Uno de esos días me crucé a comprar algo, se me adelantó un joven treintañero de cuerpo erguido y paso firme, vestido con ropa de trabajo y el tradicional bolso cruzado sobre el cuerpo. Deduje que debía trabajar en uno de los tantos talleres clandestinos –gráficos o textiles- que por ese entonces abundaban tanto en Chacarita como en Villa Crespo. Era muy común pasar frente a las puertas cerradas de una casa y escuchar el ruido de máquinas funcionando en el interior.

La cuestión que el hombre se apoyó en el mostrador, en un costado del mismo había una pila de panes de manteca, que obviamente el almacenero no había hecho a tiempo de guardar en la heladera, y pidió un kilo de pan. Cuando el gordo bonachón giró sobre si mismo dándole la espalda para tomar los panes, ponerlos en una bolsa y pesarlos, aprovechó para tomar un pan de manteca y guardarlo rápidamente en el bolsillo. El almacenero volvió a girar sobre sí mismo y dijo “El pan tanto y la manteca tanto”, no puedo pagarlo contestó el cliente poniendo el importe del pan sobre el mostrador y depositando la manteca en la pila donde estaba originalmente.

El almacenero lo miró fijo mientras que con la mano derecha empuñaba un cuchillo de gran porte –la escena me preocupó sobremanera- y preguntó “¿Ud. tiene hijos?” sí, dos respondió el obrero. El almacenero tomó el mismo pan de manteca con la mano izquierda y cortó un cuarto, lo envolvió cuidadosamente en el típico papel de almacén de aquellos años, gris de una parte satinado brilloso y la otra rugoso, lo metió en la bolsa con el pan y dijo “Tome para la leche de los chicos”. El hombre totalmente ruborizado apenas balbuceó un gracias y disculpe. Lo miré cuando se iba con la cabeza gacha casi hundida entre los hombros ahora encorvados, su paso era lento y tambaleante. Siguió por Leiva hasta Lemos y allí dobló en dirección a Dorrego. Lo perdí de vista y no volví a verlo por la cuadra.

Meses después el almacén cerró definitivamente. Los vecinos comentaban que la pareja se fue llevando a cuestas su tristeza, tal vez buscando en otras geografías y bajo otros aires poder superar la pena.

Hoy ese edificio y todo el tramo hasta la Av. Corrientes y parte de la avenida  fue demolido y allí se levanta un gran edificio vidriado, se dice alberga al corazón electrónico del Banco Galicia, el mayor banco de capital nacional del país. El capital financiero llegó al barrio pero entre los antiguos vecinos nadie olvida a aquel buen almacenero. Me pregunto, en la actual situación de pobreza e indigencia, cuantos almaceneros como aquel existen todavía y cuanta buena gente será necesaria?

 

 

*Eduardo Lucita: es integrante del colectivo EDI –Economistas de Izquierda.

 

Fuente: Tramas- PERIODISMO EN MOVIMIENTO

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