Por Juan Carlos Monedero
Está el cielo encapotado en Asturias y el frescor que se adivina fuera del tren contrasta con el calor infernal del Madrid que acabo de abandonar. Por el Paseo de la Castellana veo los carteles de los partidos. Arrancan las elecciones y aunque no hay calor electoral, hay fuego en el ambiente. Malos tiempos para la lírica. Vox quiere crear un nuevo canon cultural que recuerda demasiado a los que empezaron a gobernar quemando libros en Madrid y en Berlín.
Camino de Gijón, donde vamos a presentar la nueva edición de un libro de Albert Hirschman en la Semana Negra, resuenan en mi cabeza los gritos ayer de jóvenes envalentonados en la plaza de toros de Pamplona, dirigidos a nadie pero lanzados como una suerte de consigna amenazante: ¡Que te vote Txapote! Ecos de Heil Hitler, Arriba España, America First, A por ellos, Dios, patria y familia…
El Holocausto arranca cuando uno grita y los demás repiten alineados y alienados la consigna.
Trabajos posteriores al de Arendt, como Los verdugos voluntarios de Hitler de Daniel Goldhagen desmontaban la idea de que el nazismo había sido obra de cuatro dementes de la Gestapo, demostrando que en las ejecuciones inhumanas de judíos habían participado ciudadanos comunes y corrientes, panaderos, zapateros, oficinistas, circunspectos oficiales de la Wehrmacht (el ejército alemán) y profesionales liberales entre los que también hubo catedráticos de universidad.
La lectura más sencilla que se hizo de la idea la «banalidad del mal» de Arendt es que cualquiera podía haber sido ese obediente burócrata que facilitó la muerte de millones de judíos, izquierdistas y homosexuales en los campos de concentración. Apenas un engranaje más en una maquinaria fabril que trasladaba la lógica de la modernidad -eficiencia, linealidad, productivismo- que iba desde la construcción de coches o la construcción de rascacielos a la ejecución en serie de seres humanos. El Holocausto arranca cuando uno grita y los demás repiten alineados y alienados la consigna.
Pero no es cierto ese mensaje de normalidad. Porque Eichman era un monstruo que se alegraba del exterminio de los judíos. Y, sobre todo, porque millones de alemanes se negaron a participar de esa locura. En la modernidad están los mimbres del mal y de su conjuro. Los colaboracionistas del Holocausto eran personajes que primaron la identificación con el Reich antes que la empatía con otros seres humanos. Que compraron el discurso de que los que no estaban con el Reich eran «perros», malos alemanes -de «malos españoles» hablaba Franco- gentes que prefirieron la tranquilidad que otorgaba coincidir en sus ideas con el Führer. Dieron primacía a su bienestar, a la calma de formar parte del rebaño, antes que arriesgarse a ayudar a sus vecinos o a los que no pensaban como ellos. Catorce millones de alemanes no votaron en 1933 por los campos de concentración, pero cuando se encendieron los hornos y empezaron a perseguir a sus vecinos, muchos de ellos se convirtieron en chivatos, confidentes, colaboradores, gentes que no quisieron darse cuenta de que su antiguo matrimonio amigo ya no vivía en el piso de arriba o que olía a quemado en los alrededores de Auschwitz, Treblinka y Mauthausen.
Los monstruos del fascismo están en el ADN de la manera occidental de entender el mundo. Por eso la noche oscura de Europa es el fascismo y quienes mantuvieron una llama encendida estuvieron entre los antifascistas.
Zigmunt Bauman, famoso por su análisis de la sociedad líquida -donde todo, desde el trabajo a los afectos se han hecho volátiles- fue de los primeros que señalaron, en la estela de la Escuela de Frankfurt, que había una conexión entre el Holocausto y el pensamiento de la modernidad occidental -que se construyó sobre la colonialidad, el racismo, el patriarcado y el capitalismo-. Conquistar a alguien siempre es abrirle la puerta a los monstruos. Y todo lo que haces fuera terminas aplicándolo «en casa». Primero se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista…
Basta algo que amenace al orden social -una crisis económica, la llegada de inmigrantes, el surgimiento de fuerzas políticas de izquierda, la amenaza a la unidad nacional- para que se activen los monstruos del fascismo. Que están en el ADN de la manera occidental de entender el mundo. Por eso la noche oscura de Europa es el fascismo y quienes mantuvieron una llama encendida estuvieron entre los antifascistas.
Hemos visto en la plaza de toros de Pamplona a cachorros de la derecha gritando, en medio del espectáculo festivo de San Fermín, «¡Que te vote Txapote!», ignorantes de que mencionar el nombre que causó tanto dolor es volver a hacer daño a las víctimas. Pero les da lo mismo, porque ya se han alineado en el ejército de odio que grita ese lema lanzado por la presidenta madrileña Díaz Ayuso, aunque cause dolor a las víctimas de ETA -de las que siempre se han querido apropiar-. Ya han escogido bando y en su bando no se admiten a tibios. De hecho, están incluso insultado a Consuelo Ordóñez, la hermana del concejal del PP asesinado por la banda terrorista, porque les ha pedido que paren: «Que te vote Txapote», le han escrito a ella en Twitter.
Tomado de publico.es
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