Cinco días después del acuerdo de confluencia para las elecciones de junio, las heridas abiertas por este pacto siguen señalando las dos concepciones políticas que se han disputado el liderazgo del espacio de las izquierdas.
1. No era una batalla de dos mujeres. Pese a que las negociaciones se centraron en la incompatibilidad entre Yolanda Díaz e Irene Montero, la disputa ha tenido siempre un fundamento político.
2. Esa disputa política es importante. Podemos, especialmente en los últimos años y después de las operaciones del poder contra su dirigencia (informe Pisa, caso Dina) enseña a España un espejo poco o nada favorecedor. Los morados muestran a un Estado implacable en la persecución de los que considera sus enemigos políticos que se lleva a cabo mediante la batalla judicial (lawfare), el hurto democrático del control de las instituciones (no renovación del Consejo General del Poder Judicial) o la descarada campaña de omisiones y manipulaciones en los principales medios de comunicación (Atresmedia, Mediaset, voladura de la independencia de RTVE). La revisión de la Ley del Sí es Sí emitida por el Tribunal Supremo en plena negociación del acuerdo de la izquierda es la penúltima prueba que faltaba de que un grave problema para Podemos ha sido tener razón en la denuncia de ese Estado castigador.
3. En el vértice de ese Estado intransigente, según Podemos, está la monarquía, no solo el Partido Popular o el poder financiero. El intento de lanzar un “proyecto republicano”, sin embargo, ha fracasado, no solo por la puesta a disposición de todos los medios necesarios para la destrucción de ese proyecto por parte de las “fuerzas vivas” del Estado, sino por la incapacidad de Podemos para organizar y desarrollar ese proyecto. También, por la impopularidad de su dictamen en casi todo el territorio, que sí está en sintonía con ERC y EH Bildu, otro motivo de distanciamiento con la izquierda que hoy representa Sumar.
4. Es muy probable que nadie quiera vivir en el país que presenta Podemos. No hay ganas ni ánimo para afrontar la realidad de una democracia corroída por la corrupción en su poder judicial, dominada por el poder financiero a través de una opinión pública viciada y con capacidad para trucar el juego, no mediante pucherazos, sino mediante una gota malaya de deslegitimación de las otras políticas posibles.
5. Podemos, incluso en su mejor versión, es un partido antipático y a contracorriente de las tendencias europeas, que insisten en la inevitabilidad de lo que es estable: los grandes consensos de los partidos de izquierda y derecha que conforman lo que Tariq Ali llamó el “extremo centro”. No hay sitio para una revisión integral de la democracia y sus zonas oscuras en la política del extremo centro.
6. Pero Podemos, en su peor versión, ha sido el antimodelo de partido. Pese a que sus bases y sus militantes más leales cierran filas, la estructura organizativa de Podemos nunca ha favorecido los disensos internos. El hecho de que dos de los cuatro secretarios de organización que ha tenido el partido hayan salido del mismo, indica que la organización, entendida también como la forma de reunir a las diferentes sensibilidades y corrientes, así como a los territorios, ha sido el punto débil de la construcción del proyecto.
7. El partido morado arrastra esa debilidad organizativa desde sus inicios, especialmente desde el segundo Congreso de Vistalegre, en febrero de 2017. La falta de estructuras abiertas de discusión, más allá de los Consejos Ciudadanos, en los que desde ese momento solo ha habido representantes de la lista “oficialista”, ha marcado una reducción de liderazgos y de líneas argumentativas respecto al momento de eclosión del partido.
8. El efecto centrifugado ha sido también la derrota postergada de Podemos. El congreso de Vistalegre II concluyó con una oferta generosa al derrotado de ese Congreso. Íñigo Errejón era investido oficiosamente como el gran barón de Podemos, el de la Comunidad de Madrid. La dinámica de exclusión y escisión no puede achacarse solo a la dirección del partido morado sino que ha sido constante en los dispositivos políticos de la “nueva política”.
9. Podemos ha sido responsable de esa cultura política paranoide pero no ha sido el único responsable. Nadie ha contribuido más a esas formas de hacer política que Manuela Carmena. Al levantarse de la mesa de coordinación de Ahora Madrid, después de obtener un resultado que le permitió acceder a la alcaldía en 2015, se sentó un precedente que tuvo repercusiones en todo el Estado. Al plantear su salida de Ahora Madrid para crear Más Madrid –en 2019, en un acuerdo con Errejón– se consolidó esa cultura política de la exclusión y el veto. Por supuesto, ese trasvase se hizo sin consulta alguna a las bases, tampoco al grupo de concejales. Fue una bomba de relojería que ha estallado cuatro años después contra un Podemos al que ya no le quedaban golpes de efecto.
10. El factor polarizador ha sido Pablo Iglesias. Lo ha sido desde Vistalegre II y desde la consulta sobre su permanencia en el cargo de secretario general tras la compra de su residencia. Con sus excesos, Iglesias ha sido también el responsable de la mayor conquista política del espacio que representó en toda la historia de la segunda restauración borbónica: la entrada en el primer Gobierno de coalición de este siglo.
11. Pablo Iglesias como factor “tóxico” y como una “forma de hacer política sobre la que hay que pasar página” ha sido uno de los elementos clave en el argumentario de Sumar para rechazar a Irene Montero como integrante de las listas del proyecto de Yolanda Díaz. La construcción del Iglesias mediático, que dio lugar al primer Podemos –y en los que ya se había conocido su carácter como polemista– ha tenido una segunda vuelta con la creación de Canal Red, hoy señalado por el creciente número de “enemigos” de Podemos-Iglesias-Canal Red (entendidos como uno y trino). El diagnóstico desde el que surge esa herramienta admite poca discusión: el oligopolio de los medios de comunicación está escorado a la derecha y tiene una capacidad performativa creciente, por el auge de los programas de información política. Difieren las formas para lidiar con esa realidad: astucia (mirar para otro lado) y sonrisas frente a choque frontal (pelear con sombras) y denuncia.
12. No es solo Canal Red. Desde esa base constituida de enemigos se apunta a la existencia de una granja de trolls que atacan a quienes cuestionan las decisiones de la dirección de Podemos. La sospecha se ha convertido en un modo de ejercitar la política. Entre los no trolls, quienes no sacan tajada de estas guerras intensitas, la opinión se ha convertido en la única forma de ejercer la política en primera persona. Los medios de comunicación social han sido el único escenario de la lucha de dos concepciones políticas que merecían un mejor escenario de discusión.
13. No hay mejor campaña que la que sale gratis. La campaña contra Podemos en redes sociales y medios de comunicación ha sido equiparable a la que se achaca a esos trolls. La dirección del partido perdió las riendas del relato y, en dos meses, se pasó de discutir modelos de primarias a un acuerdo a última hora que deja una herida de profundidad en el partido morado. Apedrear a Podemos se convirtió durante unas horas en deporte nacional, lo que reinicia el bucle del resentimiento de sus menguantes –pero no pocos– partidarios.
14. Sumar tenía la oportunidad de cerrar capítulo de esa cultura política de la que no es responsable. No lo ha hecho. Los argumentarios y las alusiones a la política “tóxica” difícilmente contrarrestan la crítica a lo que se entiende como una revancha política, también tóxica. Las interpretaciones van por barrios pero el solo hecho de que se discuta sobre el valor de dos ministras –cuando los partidos alfa del sistema precisamente tienden a apretar filas integrando en listas a anteriores díscolos– señala un hándicap grave: la izquierda no sabe defender a los suyos. Visto desde la derecha y el extremo centro es aun peor: la izquierda no es de fiar ni siquiera para los suyos. La incomprensión del veto a Montero por parte de un amplio sector del movimiento feminista es un elemento de suma gravedad para el proyecto de Yolanda Díaz. La guerra contra Iglesias es más sencillamente soportable, pero no lo es la cancelación de la ministra de Igualdad de la Ley del Aborto, la Ley Trans y la Ley del Sí es Sí. Tampoco es fácil de justificar que la baja de Montero se haya producido en los despachos, sin primarias. No es anecdótico que quienes hayan defendido el veto y glosado las circunstancias por las que no va en lista sean, en su mayoría, varones.
15. Arranca la campaña de cara al 23 julio con una misión compleja: hacer olvidar mediante anuncios e “ilusión” la división con la que ha nacido el proyecto. Vamos entonces a un escenario de sonrisas congeladas con varios elementos disruptores: la base de Podemos no quiere hacer campaña –aunque necesite un buen resultado para mantener una mínima estructura institucional–, las elecciones se disputan con la polémica aun viva y la propia estructura “virtual” de Sumar no facilita pensar que haya suficiente cuerpo social que vaya a desarrollar una campaña de calle efectiva.
16. Al contrario que Podemos, Sumar enseña a España un espejo favorecedor. Un modelo de integración en el que caben todos y que solo puede ir a mejor mediante una revisión al alza de las condiciones de vida. Un país que puede ser más grande si mucha gente se pone de acuerdo, siguiendo un modelo aspiracional que es el combustible de la subjetividad del siglo XXI. La campaña de Sumar, de este modo, tiene la virtud de, potencialmente, abrir un nuevo ciclo de ilusión y señalar un camino distinto al del bipartidismo. Si PSOE y PP representan “lo mismo de siempre”, Sumar se quiere abrir paso con un mensaje de renovación y esperanza. A ese ímpetu le sobra lo que se detecta como rencor contra el sistema por parte de Podemos.
17. Para ello, en buena medida, Sumar “no va” de la reivindicación de las acciones del Gobierno de coalición sino que aspira a presentar un programa que se inspira en el modelo de Más Madrid, encarnando el deseo de cambios antes que poniéndose como dique de contención contra la extrema derecha, papel que ocupará el PSOE hasta el 23J.
18. Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo protagonizan una campaña que estará basada en la demanda de disciplina de gran parte de la sociedad, una tendencia que se ha dado en las urnas de toda la UE desde la llegada del covid y la guerra. No será un retorno al bipartidismo perfecto de los años 90 –hay elementos que lo impiden– pero sí se da en un escenario que los dos grandes partidos del sistema habrían firmado hace solo tres años y medio. Todo está dispuesto para que queden atrás los posibles, nunca ejecutados, rebasamientos (sorpassos) de terceros partidos, especialmente en las circunscripciones con menos de nueve diputados en disputa.
19. El hecho de que Sánchez y Feijóo quieran debatir cara a cara nos devuelve a ese escenario de rodillo de las dos grandes opciones. Las próximas encuestas y el previsible aumento de las opciones del PP favorecerán a ese PSOE como dique especialmente en aquellas provincias donde aparece lejana la posibilidad de un resultado positivo para la coalición Sumar. Favorecerá también al PP entre quienes prefieren un Gobierno a solas los de Feijóo a uno con ministros ultras. A diferencia de las organizaciones de izquierda, ni PSOE ni PP pretenden que el país sea otra cosa que la que ya es.
20. La protesta de Ione Belarra el pasado viernes por los puestos de salida parte de esa visión pesimista. Si los números de la coalición se parecen a los que planteó el 5 de junio el equipo que suministra sondeos al grupo Prisa, esa queja –salvando la cuestión Montero– no tiene justificación. Si el escenario es de declive, Podemos será damnificado pero el conjunto del espacio representado en Sumar no habrá conseguido el objetivo de generar la ilusión desbordante que cambie la concatenación de malos resultados que ha tenido la izquierda desde el lejano 2016.
21. El equilibrio, de este modo, es así de inestable. Sumar quiere pasar rápidamente página pero debe contar con que el modelo de confluencia aséptica por el que se ha optado –probablemente por las prisas– no favorece el deseo de una campaña de desborde creativo y trabajo voluntario como las que se dieron a mitad de la década pasada. Podemos puede tener la tentación de no involucrarse en la campaña y esperar que un mal resultado confirme que “sin nosotros (o contra nosotros) no se puede”, incluso aunque ese hipotético resultado vaya a ser achacado –sin ningún género de dudas– a esa falta de implicación. El resto de los actores tendrán que tapar las carencias del movimiento Sumar –falta de referentes y militantes en la calle– desde el punto de partida de que nadie está para tirar cohetes después de un trabajo de desgaste importante y en medio del periodo vacacional. Mover la ilusión fuera del espejismo de las redes sociales será difícil.
22. El afuera, lo que queda de los movimientos sociales, la ciudadanía organizada y mucha de la desorganizada tiene mucho margen para volver a encontrar los cauces para transformar el estado de cosas, desde la certeza de que el ciclo de protagonismo de los partidos políticos y las organizaciones ha terminado mal (como el rosario de la aurora, para más señas) pero que todavía puede ir a peor y siempre puede ir a mejor. En su forma partido de referentes académicos e institucionales, Sumar no convoca a ese afuera, no espera un aluvión de personas que quieren participar, solo pide la confianza para diseñar el proceso hacia ese país posible y amable.
23. (De julio). Ese día habrá más elementos para juzgar si la apuesta de Sumar ha tenido sentido.
Tomado de elsaltodiario.com
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