Francia: Entrevista a Philippe Poutou del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) “Todo vuelve a ser posible”

“El país tiene que despertarse”, acaba de declarar Gérald Darmanin, conocido acosador [sexual] y ministro del Interior. Tomémosle la palabra. Porque es algo bueno: el país está demostrando que, efectivamente, ha despertado. En Seine-Maritime y en Bouches-du-Rhône, a pesar de las requisas, las refinerías siguen bloqueadas. En Savoie, el despacho de un diputado hostil a la voluntad popular fue precintado. En otros lugares, muchos piquetes siguen manteniéndose y algunos tienen la suerte de ser alimentados por agricultores solidarios. Incluso nos enteramos de que su majestad el rey de Inglaterra no probará los encantos republicanos de la cultura francesa. Entre una manifestación salvaje y un fin de semana contra la megagranja, hablamos con Philippe Poutou, sindicalista y candidato a la presidencia por el NPA. Una entrevista inédita para Balast.

Balast – Usted dijo en una entrevista el pasado mes de enero que “la relación de fuerzas dista mucho de estar a nuestro favor. Carecemos de las herramientas, tanto políticas como sindicales, para defendernos. Hay que rehacerlo todo. Sólo el movimiento social puede darnos un soplo de aire fresco”. ¿Se ha encontrado este soplo de aire fresco?

Philippe Poutou – Sí. Creo que no se ha resuelto todo y que estamos lejos de una victoria, pero el hecho es que han pasado muchas cosas desde enero. Todo vuelve a ser posible. A través de la movilización -las grandes manifestaciones, declaradas o no, las huelgas, los bloqueos- lo que vemos es que se recupera la confianza [en la movilización]. Una vez más, sentimos que podemos actuar colectivamente, que podemos cambiar las cosas colectivamente. Y luego está esa idea tan estúpida de atrevernos a expresar nuestra ira. Atrevernos a decir mierda a las autoridades, atrevernos a decir que estamos hartos y que las cosas cambien, atrevernos a enfrentarnos a todo eso, a prender fuego a la basura, a manifestarnos a la hora que queramos, cuando queramos…, lo que vimos cuando los chalecos amarillos; y esto es, en cierto modo, un rebote de los chalecos amarillos. Estamos aprendiendo a actuar juntos de nuevo, a confiar mutuamente. Creo que tenemos una bella ilustración de nuestro potencial cuando somos así, muy numerosos en la calle, y de las consecuencias que ello implica.

Balast – En diciembre de 2022 se estrenó un documental titulado Il nous reste la colère (Siempre nos queda la rabia) sobre la lucha que usted dirigió en la fábrica Ford de Blanquefort, hasta su cierre. ¿Este título se aplica también a la movilización actual?

Philippe Poutou – Aún nos queda la rabia, sí, aunque no sea lo único que nos queda. Estamos en un mundo en el que se hace todo lo posible para evitar que nos enfademos, como si no fuera bueno, no fuera constructivo. Los dominantes mantienen la calma. Macron y Darmanin nos insultan con mucha calma. Nos insultan, nos denigran, nos toman por tontos, pero con calma. Esa gente no está enfadada: somos nosotros los que estamos enfadados, y quieren hacernos sentir culpables por ello. No es normal estar enfadado, gritar, manifestarse por la noche. Así que tenemos que reivindicarlo: tenemos derecho a estar enfadados, más aún en un mundo profundamente injusto y repugnante. Tenemos que expresarlo, y hay varias formas: puede haber una ira tranquila, o la ira que hemos visto en las manifestaciones de los últimos días. Participé en las manifestaciones salvajes de Burdeos, ¡fue realmente genial! Hay un 95% de jóvenes y, paradójicamente, se produce con una cierta forma de serenidad, de serena determinación. La cólera significa desafiar los límites que nos son impuestos, que nos son fijados. Y ahí, sí, sobrepasamos los límites.

Balast – Este cabreo debe organizarse, ha dicho usted en las redes sociales desde una procesión. ¿Cómo se organiza?

Philippe Poutou – Lo vemos en las manifestaciones de París por la noche: los manifestantes se organizan, se dispersan, se reúnen, juegan al gato y al ratón con la policía. En primer lugar, es divertido. Y luego está el orgullo de contraatacar con determinación, porque queremos desestabilizar a las autoridades, asustarlas, demostrar que somos capaces de responder. Hay una forma de emancipación, de liberación. Nos saca de todo un periodo de resignación y control. Hay una especie de deseo de liberarnos de todo eso. Es un primer paso. Pero no solo hay ira, hay algo más que eso. Tiene razón: ¿cómo podemos hacer que la ira sea eficaz?

Balast – Usted nos dijo en 2016, con motivo de la movilización contra la Ley del Trabajo, que “eficacia significa unirse”. Su partido, el NPA, propone una reunión unitaria con todas las fuerzas movilizadas de la izquierda.

Philippe Poutou – Tenemos que conseguir combinar dos cosas: el lado unitario y el lado radical o, digamos, firme, determinado, del movimiento social. Sabemos que este movimiento, como cualquier movimiento social, compromiso o acción, tiene su lado más o menos radical o combativo. Existen diversas tendencias en el movimiento y ahí reside su fuerza. Existe esta intersindical, que a veces puede ser criticada por no ser suficientemente impulsora y combativa, pero que al mismo tiempo permite una unidad fundamental al servicio del movimiento y el retorno de la confianza. Todo el mundo veía en ello la condición de un movimiento masivo. Nos dijimos que de este modo podríamos golpear con fuerza.

A pesar de la enorme presión del gobierno y de Darmanin para intentar estigmatizar a los llamados black bloc, la intersindical se mantiene prudente y no ataca el lado radical de las manifestaciones, como hizo en su día. Se presiona a los sindicatos para que se vuelvan contra los jóvenes que prenden fuego en la calle, pero consideran que el movimiento también es eso. Tenemos que alejarnos de esa idea de que existe una franja casi extraterrestre, ajena a las manifestaciones, que sólo viene a armar lío. No: el desorden forma parte de la cólera social. Es un aspecto del movimiento. Además, hay que admitir que Macron nos ayuda mucho. ¡Están tan borrachos! Quiero utilizar el plural, porque si Macron es un director de orquesta, tiene un gobierno y mucha gente a su alrededor que, por el momento, asumen esta política. Pero su arrogancia, su sentimiento de omnipotencia y de impunidad les lleva a cometer errores garrafales, a ir demasiado lejos y a ir demasiado fuerte. Esto contribuye a reforzar el movimiento, a radicalizarlo. Tenemos la sensación de que se nos desprecia tanto, de que se nos trata como basura, que eso nos lleva a defender nuestra dignidad y ¡basta!.

Somos conscientes de que existe un movimiento sindical, un movimiento político y personas que no están organizadas pero que se implican igualmente. Las y los jóvenes no se movilizan de la manera tradicional: antes era en los institutos, en las universidades, hoy es mucho en la calle. Entonces, ¿qué hacemos con este movimiento? Todos estos actores podrían reunirse y hacer balance de la situación para cooperar, teniendo en cuenta las diferencias dentro del movimiento y respetándolas, coordinándolas, convirtiéndolas en una fuerza real que haga retroceder al gobierno.

El NPA es una voz muy pequeña, lo que nos hace albergar pocas ilusiones. Pero creemos que al menos deberíamos plantearnos esta reflexión: ¡hace falta algo más que una intersindical! Necesitamos una dirección o, al menos, una coordinación del movimiento que nos permita mostrar que estamos unidos contra las autoridades. Algunos, como la CFDT, la CFTC o la UNSA, piensan que tenemos que limitarnos a las manifestaciones sindicales; otros, que hay que bloquear; otros, que hay que hacer una huelga general; otros, que también hay que luchar en las calles. ¿Cómo conciliamos todo esto? Hay un campo social que lucha contra el gobierno, contra otro campo social. Y para no perder esta lucha, necesitamos coordinación, una discusión franca sobre cómo podemos hacer evolucionar el movimiento. Formamos parte de la fracción radical, pero no por ello pensamos que debamos desvincularnos de la intersindical. Al contrario: debemos permanecer unidos, coordinados. Estamos a favor de manifestaciones como la del 23 de marzo, pero también estamos a favor de que estas manifestaciones no se conviertan en lo que se convirtieron en París o Burdeos. Hagamos el debate.

Balast – Esta nueva confianza es quizás la que se disipó cuando fracasó una alianza entre las fuerzas de izquierda durante las últimas elecciones presidenciales. ¿Puede la calle hacer posible un acuerdo que las formaciones políticas se esfuerzan por asegurar?

Philippe Poutou – Esta es la fuerza del movimiento social. Podríamos decir que, en cierto modo, el inicio del cambio se produjo tras las elecciones presidenciales, aunque fuera en un terreno electoral e institucional. La cuestión es: ¿cómo reconstruir una fuerza de izquierdas? Todos tenemos la sensación de que nos falta algo. Somos huérfanos. Hoy no tenemos las herramientas adecuadas para defendernos. Lo hemos visto con la extrema debilidad de los sindicatos, un movimiento asociativo en declive y una izquierda política completamente marchita, no sólo dividida, sino sin perspectivas. Las elecciones legislativas, con los debates en torno a la creación de la NUPES, permitieron recuperar cierta dinámica a partir del resultado de Mélenchon en las presidenciales, que era la expresión de una cólera que empezaba a liberarse, de un hartazgo antiliberal. Con todos los límites de Mélenchon, el resultado que obtuvo marcó el inicio de un punto de inflexión, que la NUPES permitió que continuara. Con el NPA, participamos al principio del ese proceso, pero fuimos expulsados: se nos juzgó a la vez demasiado débiles para tener una influencia real y demasiado radicales para muchas de las personas que participaban en el NUPES. Pero hoy podemos ver que estos debates pueden tomar una dirección diferente. Tenemos que insistir en la necesidad de reconstituir una izquierda política y de reconstruir herramientas combativas, vinculadas a la lucha social más que a las instituciones. Esto no significa que tengamos que alejarnos de las instituciones, de la batalla electoral, sino que lo decisivo será lo que seamos capaces de hacer en el día a día, en nuestros barrios, en las empresas, en la calle. Tenemos que construir nuestras propias herramientas, no conformarnos con las que están en manos de los representantes electos. No queremos reconstruir la izquierda tal y como la hemos conocido, poner tiritas o reparar algo que se ha roto, queremos hacer algo nuevo. Y el movimiento social puede ayudarnos a ello. Tal y como está compuesto hoy en día, nos permite preguntarnos cómo establecer ese vínculo entre el movimiento sindical reformista que, por miedo a radicalizar el movimiento social, no se atreve a entrar en una confrontación de clases y adoptar un discurso muy combativo, y un movimiento político que se plantea cuestiones fundamentales. Eso permitiría concretar mejor lo que necesitamos. El movimiento social crea nuevas condiciones para el debate.

Balast – La represión se ha endurecido desde hace una semana. La violencia del gobierno contribuyó a aplastar la revuelta de los chalecos amarillos. ¿Debemos temer la renovación de esta estrategia del gobierno para aplastar el movimiento?

Philippe Poutou – Hay dos palancas. Por un lado, el 49,3. Sigue una estrategia parlamentaria que quiere hacernos creer que no hay otra opción: el gobierno, nos dicen, sabe mejor que nadie en qué estado se encuentra la economía, así que si no estamos convencidos, es porque no lo hemos entendido. El único atisbo de modestia que concedió fue que sus miembros quizá no hayan sabido explicarlo muy bien. Estamos en lo más bajo de la sociedad: no podemos entender lo que pasa, está más allá de nosotros, ¡menos mal que hay expertos en el poder para aclararnoslo! Hay una propaganda que nos menosprecia constantemente y nos coloca en la posición de los que no entienden, de los que no saben y de los que deben aceptar las cosas. Pero esta vez vemos que no funciona. El rechazo del 49.3 demostró que ya no funciona. Ese ha sido el punto de inflexión del movimiento.

Cuando la propaganda de que no hay alternativa no es suficiente, las clases dominantes vuelven a poner la represión directa en las calles. Atacan a los manifestantes en general y a la franja radical de la movilización en particular. ¡Y encima con mentiras! Hay que decirlo: Macron, Darmanin, están locos. Ayer, Darmanin dijo que ¡la extrema izquierda llama a matar policías! ¡A destruir la República! ¿Pero de dónde saca eso? Todo eso para justificar la represión. No valemos nada. Somos escoria. Somos personas a las que se puede disparar: eso es lo que significa. Es la justificación de la represión política y de la violencia policial que la acompaña, que es la expresión de una clase dominante que ha decidido poner fin a la protesta. Y eso es peligroso, porque no es ineficaz: intimida, asusta. Vamos a ver manifestaciones más duras en las que a la gente le resultará más difícil expresarse. Esto provocará seguramente un pequeño descenso en el número de manifestantes y el gobierno lo aprovechará para decir que la gente ha comprendido que debe parar. Tenemos que tomarnos en serio la lucha política contra la represión, es decir, cómo la denunciamos, cómo dirigimos una campaña que muestre la gravedad de la situación, cómo conseguimos convencer a la gente de la legitimidad del movimiento social y de su endurecimiento. Se trata, en definitiva, de una cuestión de autodefensa. Nos atacan, nos agreden, tenemos que defendernos. Ahora que estamos en la calle, esto no puede parar así. Pero, ¿cómo lo hacemos? Volvemos a la pregunta anterior: necesitamos un debate colectivo. ¿Cómo conseguirá el movimiento poner en marcha una gestión colectiva?

Balast – Podríamos esperar una forma de solidaridad entre los distintos elementos del movimiento, ya sean reformistas o revolucionarios. Que un Fabien Roussel, por ejemplo, deje de condenar la contraviolencia de los manifestantes, que se establezca una defensa colectiva, sobre todo a nivel mediático.

Philippe Poutou – Eso es. El campo de enfrente, el campo burgués, es capaz de eso. Podemos imaginar que en el lado del poder y en el seno del empresariado, no todo el mundo comparte la estrategia de Macron. Algunos pueden incluso decir que Macron está haciendo cualquier cosa y que, por su culpa, ¡tienen problemas! Podemos verlo un poco en la derecha, con Charles de Courson por ejemplo, representante de la derecha aristocrática, que se destaca de esta manera. También podemos recordar a un François Sureau en la época de los chalecos amarillos, esos altos funcionarios que se hacen pasar por defensores de los derechos y las libertades. Pero, a pesar de estos matices, existe un bloque burgués. Nosotros también tenemos que ser capaces de formar un bloque.

Podemos muy bien no compartir la estrategia de los llamados black bloc -aunque, una vez más, ciertamente no son sólo personas ajenas a las manifestaciones las que participan en las batallas callejeras, también hay sindicalistas con sus casullas de la CGT y de Solidaires-, pero este movimiento debería poder decir: “Puede que no compartamos todo, pero frente a las autoridades llevamos una lucha común, nos defendemos y no denunciamos lo que podría considerarse violencia por parte de los manifestantes.” Lo que dice Roussel es deplorable. Pero los sindicalistas, incluso Laurent Berger, son comedidos. Cuando se distancian de la radicalización, dicen que es Macron el responsable de ella. Es una forma de solidarizarse con las manifestaciones radicales. También es una forma de decir: no intenten dividirnos. Pero sigue siendo demasiado tímido. Deberíamos decir: “Por supuesto, es nuestro campo, luchamos, puede que no compartamos todo en las formas de lucha, pero sigue siendo nuestro campo. Tenemos que mostrar nuestra unidad. Sólo así podremos debilitar al gobierno. Si las autoridades ven que hay fisuras, es peligroso para nosotros.

Balast – En un libro reciente, Un “pequeño” candidato frente a los “grandes” medios de comunicación, usted echa la vista atrás para analizar el tratamiento mediático de sus sucesivas campañas presidenciales. Del mismo modo, ¿cómo analiza el tratamiento mediático de estos tres meses de movilización?

Philippe Poutou – El tratamiento de la movilización desde enero hasta los últimos días es interesante. Desde el principio, el problema básico con el que han tenido que lidiar los medios de comunicación es que el movimiento es popular. Las cifras son una locura: todo el mundo ve que las manifestaciones son masivas en las grandes ciudades, en París, Marsella, Burdeos, pero también en Guéret, Bayona o Brive. En todas partes. Son cifras que la gente no veía desde hace mucho tiempo, o incluso que nunca se habían visto. Pero la popularidad también puede medirse por los sondeos: entre el 90 y el 92% de los asalariados y el 80% de la población están a favor de la reforma. Desde el principio, e incluso con manifestaciones que van en todas direcciones, la opinión pública sigue estando mayoritariamente del lado de la movilización. Los medios de comunicación lo ven: sus propios telespectadores se oponen a la reforma. Desde el principio, me parece que los medios de comunicación se han mostrado comedidos.

Evidentemente, no respetan la movilización social, pero ven que está ocurriendo algo enorme. Se dicen que no pueden atacar decentemente a los manifestantes y a los sindicalistas, incluidos los de izquierda, durante todo el día. La movilización consiguió imponerse, lo que demuestra la fuerza del movimiento. Los editorialistas, los editorialistas hiperreflexivos se han contenido, incluso Christophe Barbier ha dicho a veces cosas sorprendentemente favorables al movimiento social. No seguí las declaraciones de Macron el miércoles, porque pasé todo el día en la manifestación. Lo que sí vi fueron las declaraciones de Darmanin: el gobierno pasa al ataque y los medios de comunicación deben seguirle. Pero no es tan sencillo: si están en una lógica de “perros guardianes”, también están un poco hartos de Macron, se dan cuenta de que hace cualquier cosa.

Pero la radicalización del movimiento, la cólera que se expresa cada vez más ampliamente, asusta a esta gente. En CNews hablan de revolución, de Robespierre… ¡Pero aún no hemos llegado a eso! Las consignas, los carteles, muchas de ellos hacen referencia a la Revolución, a la Comuna de París cuyo aniversario se celebró el 18 de marzo. Son las reivindicaciones de una parte del movimiento social y se nota que los medios de comunicación tienen un poco de miedo: ¿y si sale completamente mal? Empiezan a expresar un reflejo de clase, un odio hacia los pobres que se rebelan. Hay más posibilidades de que sus posiciones evolucionen hacia la clásica postura de perro guardián y de que se suelten contra los manifestantes radicales. Por eso, cuanto más mantengamos esta línea de solidaridad del movimiento, más fuertes seremos frente a las autoridades.

Balast – Estamos en vísperas de otra manifestación contra las megapresas y el despilfarro de agua. El pasado octubre acudieron 7.000 manifestantes. Frente a ellos había 1.700 policías. Darmanin ha anunciado el doble de efectivos para este fin de semana. Usted estará allí: ¿por qué?

Philippe Poutou – Consideramos, con el NPA, que la movilización contra la reforma de las pensiones y la de las megapresas son luchas que deben estar conectadas. En primer lugar: se trata de una confrontación con las autoridades. En ambos casos, nos enfrentamos a las mismas personas: Macron, Darmanin. La cuestión social y la cuestión medioambiental están cada vez más vinculadas, aunque no tengamos necesariamente los mismos actores, los mismos manifestantes, al menos no del todo. Hay algunos que permanecen específicamente en las luchas medioambientales, que no están necesariamente vinculados al movimiento sindical. Por otro lado, vemos que los equipos sindicales están cada vez más implicados en los movimientos ecologistas. Sabemos que mañana encontraremos a personas que llevan tres meses en la calle. Tenemos que formalizar mejor este vínculo entre las luchas, para mostrar que se trata de la misma lucha.

De entrada, nos enfrentamos a la misma represión. No sabemos si esto va a derrapar, pero esta vez estaremos en el campo y, dado el número de policías previsto, no deja de ser preocupante. Pero si se tensa así, también es señal de que lo que pase allí es importante para las autoridades, de que no pasa desapercibido. ¡Hay algo fuerte que hacer allí! Así que, en esta batalla, como en la de las pensiones, siempre es cuestión de democracia. Tenemos derecho a decidir lo que nos concierne, a organizarnos. Es una cuestión política fundamental, la del poder de la población para decidir sobre su vida enfrentándose a las decisiones de los privilegiados y de los ultrarricos. Porque en todos los casos se trata de una cuestión de las fortunas, por un lado, y del interés general de la población, por otro.

Balast – También es una oportunidad para poner de relieve las zonas rurales, que hasta ahora no se han mostrado muy activas contra la reforma de las pensiones. También en este caso, los sindicatos son activos: la Confédération paysanne es uno de los organizadores de la movilización contra las megapresas. ¿Hay algún puente que se pueda tender ahí?

Philippe Poutou – Sí, y soy sindicalista desde hace mucho tiempo, así que puedo ver que este puente está tomando forma. Por supuesto, la CGT no es la más sensible a las cuestiones medioambientales: todavía tenemos algunas cosas muy retrógradas, en la CGT de la Energía por ejemplo, sobre la cuestión de la energía nuclear; sentimos que está bloqueada. Ocurre más bien en el seno de los equipos sindicales. Pienso en particular en los que viven cerca de Nantes, cerca de Notre-Dame-des-Landes, o que están cerca de Albi, donde tuvo lugar la protesta contra la presa de Sivens. Los sindicalistas se vieron implicados en estos movimientos y en estas luchas: la defensa de los espacios verdes, las luchas contra los proyectos inmobiliarios. Poco a poco, el movimiento sindical se implicó e influyó en las organizaciones desde dentro. Por esta razón, el movimiento anti-presas es emblemático y es la continuación de Notre-Dame-des-Landes. ¡Nos interesa implicarnos! El agua es uno de los temas que no solemos tratar, porque pensamos que es para los cerealistas, que es importante que puedan regar. Lo mismo ocurrió con la presa de Sivens, al principio sólo había unos pocos habitantes directamente afectados. Y luego, decimos ¡mierda, con la emergencia climática y la catástrofe medioambiental en curso, nos interesa implicarnos! Porque las autoridades locales que hacen cualquier cosa están arruinando nuestras vidas. Lo están destruyendo todo, ¡así que ocupémonos de ello! No es sólo la cuestión de las pensiones, los salarios o los servicios públicos lo que debe movilizarnos, ¡no dejemos que los capitalistas agrícolas nos arruinen la vida!

25/03/2023

https://www.europe-solidaire.org/spip.php?article66142

 

Traducción: viento sur

Tomado de vientosur.info

Visitas: 1

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

RSS
Follow by Email