JAIME OSORIO*: Marxismo y dependencia, cincuenta años después

02.03.23
Entrevista por Hilary Goodfriend

La teoría marxista de la dependencia surgió en un contexto muy particular, más de cincuenta años atrás. Aun así, todavía tiene mucho para decirnos sobre por qué el mundo es como es (y qué hacer para cambiarlo).

 

Cuando el neoliberalismo inició su sangrienta marcha por América Latina, sus defensores insistían en que los sacrificios de trabajo humano y derechos civiles que solían acompañar a su implantación se verían compensados por una eventual convergencia global que liberaría a la región del subdesarrollo. La desregulación, la privatización y el libre comercio, decían, acabarían por cerrar la brecha entre el mundo descolonizado y los antiguos centros metropolitanos.

Nuestro presente, sin embargo, es una espiral de crisis. Desde el crack financiero de 2008, la crisis económica converge con el colapso ecológico y el agotamiento de las formas democráticas liberales, alcanzando dimensiones civilizatorias. En este contexto, la pandemia puso al descubierto cómo, lejos de desaparecer, la brecha entre el centro y la periferia del sistema mundial es tan aguda y significativa como siempre.

Con la hegemonía neoliberal fracturada, otras formas de pensar y practicar la política han resurgido de sus exilios intelectuales. Entre ellas, la teoría de la dependencia destaca como una contribución original y revolucionaria del pensamiento crítico latinoamericano, ofreciendo herramientas para entender el desarrollo capitalista desigual y el imperialismo, tanto en su desarrollo histórico como en la actualidad. Para acercarnos a un poco más a los postulados de este pensamiento singular conversamos con el Dr. Jaime Osorio.

El 11 de septiembre de 1973, cuando el golpe de Estado derrocó al gobierno democrático de Salvador Allende, Osorio ya había sido aceptado para iniciar sus estudios doctorales en el Centro de Estudios Socio-Económicos (CESO) de la Universidad de Chile. El avance de la dictadura le llevó a México, donde hoy es Profesor Distinguido de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) – Xochimilco e Investigador Emérito por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT). Ha publicado numerosos libros, entre los que se cuentan Fundamentos del análisis social. La realidad social y su conocimiento y Sistema mundial. Intercambio desigual y renta de la tierra.

En esta entrevista con Hilary Goodfriend, colaboradora de Revista Jacobin, Jaime Osorio nos habla sobre la vertiente marxista de las teorías de dependencia, sus orígenes y fundamentos, así como sus usos actuales.

 

HG

La teoría de la dependencia y su vertiente marxista surgieron de debates y diálogos sobre el desarrollo, el subdesarrollo y el imperialismo en el contexto de la descolonización y las luchas de liberación nacional del siglo XX. ¿Cuáles fueron las principales posiciones y estrategias en disputa, y cómo se posicionaron los teóricos marxistas de la dependencia en estos argumentos?

JO

En el plano teórico, la teoría marxista de la dependencia [TMD] es el resultado de la victoria de la Revolución Cubana en 1959. El marxismo latinoamericano se conmovió con el gesto de la isla. Todas las principales tesis sobre la naturaleza de las sociedades latinoamericanas y el carácter de la revolución quedaron en entredicho.

Poco más de una década después de aquel acontecimiento, que agudizó los debates, la TMD alcanzó su madurez. En aquellos años, algunas de las propuestas que alimentaban las teorías de la dependencia enfatizaban el papel de las relaciones comerciales, como la tesis del «deterioro de los términos de intercambio» planteada por la CEPAL [Comisión Económica para América Latina y el Caribe], que refería al abaratamiento de los bienes primarios frente al aumento de los precios de los productos industriales en el mercado mundial.

Los marxistas ortodoxos destacaban la presencia de «obstáculos» internos que impedían el desarrollo, como las tierras ociosas en manos de los terratenientes que bloqueaban la expansión de las relaciones asalariadas. En general, en estas propuestas, el capitalismo no era responsable de lo que ocurría. De hecho, era necesario acelerar su expansión, con el objetivo de que se agudizaran sus contradicciones inherentes. Solo entonces podría proponerse una revolución socialista, según la perspectiva etapista predominante en los Partidos Comunistas.

Para los cepalinos, el horizonte era alcanzar un capitalismo avanzado, lo que sería factible a través de un proceso de industrialización. Esto permitiría a la región dejar de exportar bienes primarios y productos alimenticios e importar bienes secundarios, que pasarían a producirse internamente, lo que impulsaría el desarrollo tecnológico y frenaría la salida de recursos.

En ambas propuestas, la burguesía industrial tenía un papel positivo que desempeñar, ya fuera a medio o largo plazo.

Para la teoría marxista de la dependencia, el llamado «atraso» económico de la región fue resultado de la formación y expansión del sistema mundial capitalista, cuyo curso produjo desarrollo y subdesarrollo simultáneamente. Por lo tanto, estas historias económicas divergentes no son procesos independientes ni están conectadas tangencialmente. Desde esta perspectiva, el problema teórico e histórico fundamental exigía explicar los procesos que generaron desarrollo y subdesarrollo en un mismo movimiento.

Este problema exigía, además, una respuesta que diera cuenta de cómo este proceso se reproduce a lo largo del tiempo, ya que civilización y barbarie se rehacen constantemente en el sistema mundial.

 

HG

Muchos de los aclamados teóricos marxistas de la dependencia —Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos Santos, Vania Bambirra— comparten una trayectoria de huida de las dictaduras sudamericanas y exilio en México. A usted también le tocó vivir este desplazamiento forzado. ¿Cómo influyeron estas experiencias de revolución y contrarrevolución en la construcción de la TMD?

JO

Cuatro nombres destacan en el desarrollo de la TMD: André Gunder Fank, Theotonio Dos Santos, Vania Vambirra y Ruy Mauro Marini. El primero era un economista germano-estadounidense y los otros tres brasileños, que compartieron lecturas y discusiones en Brasil antes del golpe de 1964. Posteriormente se encontraron en Chile a finales de los años sesenta, en el Centro de Estudios Socio-Económicos, hasta el golpe militar de 1973. Durante este período —al menos en el caso de los brasileños— produjeron sus principales trabajos en relación con la TMD. Tuve la suerte de conocer y trabajar con Marini en México a mediados de los años setenta, antes de su regreso a Brasil.

La TMD no hace ninguna concesión a las clases dominantes locales. Por el contrario, las señala como las responsables de las condiciones imperantes, en las que consiguen cosechar enormes beneficios en connivencia con los capitales internacionales, a pesar incluso de las transferencias [internacionales] de valor. Por esta razón fue difícil para aquellos teóricos encontrar espacios para difundir sus conocimientos en el mundo académico.

El golpe militar de 1973 en Chile, por su parte, hizo que los principales creadores de la TMD aparecieran en las listas de búsqueda de las fuerzas militares y sus aparatos de inteligencia. Y a este golpe en Chile, que fue precedido por el golpe en Brasil en 1964, le siguieron muchos más en el sur del continente, que dispersaron y disolvieron grupos de trabajo y cerraron espacios importantes en esas sociedades.

Al mismo tiempo, esa larga fase contrarrevolucionaria, que no se limitó a los gobiernos militares, favoreció transformaciones radicales en las ciencias sociales, donde pasaron a reinar las teorías neoliberales y el individualismo metodológico. La TMD surgió en un periodo excepcional de la historia reciente. Sin embargo, posteriormente y en general —salvando determinados momentos y países de la región— no se han dado las condiciones ideales para su desarrollo y difusión.

 

HG

En su obra clásica Dialéctica de la dependencia, Marini define la dependencia como una «relación de subordinación entre naciones formalmente independientes, en cuyo marco se modifican o recrean las relaciones de producción de la nación subordinada para garantizar la producción ampliada de la dependencia». ¿Cuáles son los mecanismos de esta producción ampliada y cómo han cambiado desde que Marini formuló su propuesta en los años setenta?

JO

Cuando hablamos de procesos generados por el capitalismo dependiente, el calificativo «dependiente» no es redundante. Hablamos de otra forma de ser capitalista. Es decir, en el sistema mundial coexisten y se integran diversas formas de capitalismo que se retroalimentan y profundizan sus formas particulares dentro de la unidad global del capital.

La heterogeneidad del sistema se explica, entonces, no por el atraso de algunas economías, no como estados previos [de desarrollo], no como deficiencias. Cada una constituye su forma plena y madura de capitalismo posible en este sistema.

De este modo, de un plumazo, la TMD destruyó las esperanzas de los desarrollistas, que suponían que las economías dependientes podrían alcanzar estados superiores de bienestar y desarrollo dentro de este orden constituido por el capital. Para ellos, solo era cuestión de aprovechar «ventanas» que se abrirían regularmente. Pero no hay nada en la dinámica imperante que sugiera que las cosas van en esa dirección. Al contrario, , mientras prevalezcan las relaciones sociales capitalistas, lo que se produce y sigue produciéndose es el «desarrollo del subdesarrollo».

La brecha entre el capitalismo subdesarrollado y el desarrollado, o entre el capitalismo imperialista y el dependiente, es cada vez mayor. La dependencia se profundiza y se generan modalidades más agudas. En un mundo en el que el capitalismo digital gana terreno —la internet de las cosas, la inteligencia artificial, la robótica, por ejemplo— esto no es difícil de entender.

Experiencias como la de Corea del Sur no pueden repetirse a voluntad. Son, más bien, excepciones a la regla. ¿Por qué el FMI cortó y asfixió la economía argentina y no le tendió la mano como hizo el capital imperialista con Corea del Sur tras la guerra de 1952 en la península? Fue la excepcional posición de esta última en un espacio estratégico, trastocado por el triunfo de la revolución de Mao en China y la necesidad de construir una barrera para impedir la expansión del socialismo en Corea, lo que abrió el grifo de enormes recursos, al menos para Japón y Estados Unidos, y puso anteojeras a los defensores de la democracia y el libre mercado cuando Corea del Sur fue gobernada por una sucesión de dictaduras militares que aplicaron ferozmente la intervención estatal —no el libre mercado— para definir planes y programas que definieran prioridades de inversión y préstamos.

Hoy, basta que un gobierno del mundo dependiente establezca algunas reglas para el capital extranjero para que todo el clamor y la propaganda de los medios transnacionales exijan acabar con el comunismo, impidiendo los préstamos internacionales, bloqueando el acceso a los mercados y buscando asfixiar a los supuestos «subversivos».

 

HG

El concepto de superexplotación como mecanismo mediante el cual los capitalistas dependientes compensan su inserción subordinada en la división internacional del trabajo es quizá la propuesta más original y polémica de Marini. Algunos marxistas, por ejemplo, protestan contra la posibilidad de la violación sistemática de la ley del valor. Es un tema que usted retoma en su polémica con el investigador argentino Claudio Katz. ¿Cómo define usted la superexplotación y por qué, o en qué términos, defiende hoy su validez?

JO

Con el breve libro de Marini, Dialéctica de la dependencia, cuyo cuerpo central fue escrito en 1972 y se publicaría en 1973, la TMD alcanza su punto de mayor madurez. Podemos sintetizar el núcleo de la tesis de Marini en la pregunta: ¿cómo es posible la reproducción de un capitalismo que transfiere regularmente valor a las economías imperialistas?

Esto es posible porque en el capitalismo dependiente se impone una forma particular de explotación que implica que el capital no solo se apropie de la plusvalía, sino también de parte del fondo de consumo de los trabajadores, que debiera corresponder a los salarios, para transferirlo a su fondo de acumulación. De esto da cuenta la categoría superexplotación. Si todo capital, más temprano que tarde, acaba siendo trabajo no remunerado, en el capitalismo dependiente todo capital es trabajo no remunerado y fondo de vida apropiado [de la clase obrera].

La respuesta de Marini es teórica y políticamente brillante. Permite explicar las razones de la multiplicación de la miseria y la devastación de los trabajadores en el mundo dependiente, pero también las razones por las que el capital es incapaz de establecer formas estables de dominación en estas regiones, expulsando regularmente a enormes contingentes de trabajadores de sus promesas civilizatorias, empujándolos a la barbarie y convirtiéndolos en contingentes que resisten, se rebelan y se levantan contra los proyectos de los poderosos.

La superexplotación tiene consecuencias en todos los niveles de las sociedades latinoamericanas. Por ahora, podemos destacar que acompaña la formación de economías orientadas a los mercados externos. Tras los procesos de independencia en el siglo XIX, y bajo la orientación de los capitales locales, las economías de la región avanzaron sobre la base de las exportaciones, inicialmente de materias primas y alimentos, a las que podemos agregar, recientemente, la producción y ensamblaje de bienes industriales de lujo como automóviles, televisores, teléfonos celulares de última generación (productos igualmente alejados de las necesidades generales de consumo de la mayoría de la población trabajadora). Esto es compatible con la modalidad dominante de explotación, que impacta seriamente en los salarios, reduciendo el poder de consumo de los trabajadores y disminuyendo su participación en la formación de un mercado interno dinámico.

Aquí es pertinente considerar una diferencia significativa con el capitalismo en el mundo desarrollado. Allí, a medida que el capitalismo avanzaba, en el siglo XIX, se enfrentaba al dilema de que para seguir expandiéndose —lo que implicaba la multiplicación de la masa de bienes y productos— necesitaría incorporar trabajadores al consumo. Eso se logró pagando salarios con poder adquisitivo para bienes básicos como ropa, zapatos, utensilios y muebles para el hogar. Este equilibrio se logró introduciendo mejores técnicas de producción, que redujeron la presión para prolongar la jornada laboral multiplicando la masa de productos lanzados al mercado. A partir de ahí, podemos entender el peso de la plusvalía relativa en el capitalismo desarrollado.

Pero en América Latina las cosas funcionaban de otra manera. El capitalismo del siglo XIX no vio la necesidad de crear mercados, porque estaban disponibles desde el período colonial en los centros imperialistas. Además, el despegue del capitalismo inglés aumentó la demanda de materias primas y alimentos. Por esta razón, no había ninguna prisa por cambiar el tipo de valores de uso y de productos puestos en el mercado. Continuaron siendo productos alimenticios y bienes primarios. De este modo, el capitalismo emergente en nuestra región no se vio presionado a hacer algo cualitativamente diferente. La masa de trabajadores asalariados se expandió, pero no conforman la demanda principal de los bienes que se producían, que estaba en Europa, Estados Unidos y Asia.

A través de su inserción en el mercado mundial y a la hora de vender productos, las economías latinoamericanas transfieren valor [al exterior] por la sencilla razón de que los capitales que aquí operan tienen composiciones y productividades menores que los capitales de economías que gastan más en nueva maquinaria, equipos y tecnología, lo que les permite mayor productividad y capacidad de apropiarse del valor creado en otras partes del mundo. Este proceso se denomina intercambio desigual.

Es importante señalar que el intercambio desigual se produce en el mercado, en el momento de la compraventa de mercancías. Aparte de su baja composición orgánica, este concepto no nos dice mucho sobre cómo se produjeron esas mercancías y, sobre todo, qué permite que un proceso capitalista se reproduzca a lo largo del tiempo en esas condiciones. Ahí es donde entra la superexplotación.

Ese es el secreto que hace viable el capitalismo dependiente. Y eso llama aún más la atención sobre los errores de personas como Claudio Katz, que han formulado propuestas que tratan de eliminar ese concepto y lo hacen, además, con argumentos grotescos, como que Marx nunca lo mencionó en El capital —Marx refiere [a la superexplotación] muchas veces, de diversas maneras— porque eso implicaría una dilución o un ataque directo a su proposición teórica ya que el capitalismo no puede aniquilar su fuerza de trabajo.

No voy a repetir esos debates con Katz. Simplemente reiteraré que El capital de Marx es un libro fundamental para el estudio del capitalismo y sus contradicciones. Pero nadie puede afirmar que lo explica todo, o que el capitalismo, en su extensión en el tiempo, no puede presentar novedades teóricas o históricas de ningún tipo. Esa es una lectura religiosa, y El capital no es un texto sagrado. Tal posición, además, es un ataque a una dimensión central del marxismo como teoría capaz de explicar no solo lo que ha existido, sino también lo que es nuevo. Por esta razón, la única ortodoxia que el marxismo puede reivindicar es su modo de reflexión.

 

HG

También se argumenta que la extensión de la superexplotación a las economías centrales tras la reestructuración neoliberal globalizada invalida su carácter de proceso exclusivo del capitalismo dependiente.

JO

En cualquier lugar donde opere el capital puede estar presente la superexplotación, sea en el mundo desarrollado o en el subdesarrollado, al igual que las formas de plusvalía relativa y plusvalía absoluta. Por supuesto, hay superexplotación en Brasil y Guatemala, como la hay en Alemania y Corea del Sur.

Pero ese no es el problema. Lo relevante es dilucidar el peso de esas formas de explotación, que pueden estar presentes en cualquier espacio capitalista, en la reproducción del capital. Así que la cuestión central es otra, y también lo son las consecuencias económicas, sociales y políticas.

Dejando de lado los períodos de crisis, en los que las formas más brutales de explotación pueden exacerbarse por doquier, ¿puede el capitalismo funcionar a mediano y largo plazo sin un mercado generador de salarios, o con salarios extremadamente bajos? Algo así como si en Alemania el salario medio de los armenios y turcos se generalizara para toda la población trabajadora, o si en Estados Unidos predominaran los salarios de los trabajadores mexicanos y centroamericanos… No lo creo.

 

HG

Para terminar, ¿qué herramientas o perspectivas nos ofrece la teoría marxista de la dependencia ante las crisis actuales?

JO

En su afán por hacer frente a la aguda y prolongada crisis capitalista, el capital en todas las regiones busca acentuar las formas de explotación, incluida la superexplotación. Busca, una vez más, reducir derechos y beneficios. Con la guerra en Ucrania ha encontrado una buena excusa para justificar el aumento del precio de los alimentos, la vivienda y la energía, y su descarado retorno al uso de combustibles que intensifican la contaminación y la barbarie ambiental, así como el aumento de los presupuestos militares a expensas de los salarios y el empleo.

Las grandes potencias imperiales esperan la subordinación de las economías y los Estados a sus decisiones en períodos de este tipo. Pero la crisis actual también está acelerando la crisis de hegemonía en el sistema mundial, lo que abre espacios para mayores grados de autonomía, aunque no pone fin a la dependencia. Esto es evidente en las dificultades de Washington para disciplinar a los Estados latinoamericanos y africanos para que apoyen su posición en el conflicto en Europa.

El escenario de América Latina en las últimas décadas revela procesos de enorme interés. Hemos sido testigos de importantes movilizaciones populares en casi todos los países de la región, cuestionando diversos aspectos del «tsunami neoliberal», ya sea el empleo, los salarios, las jubilaciones, la salud y la educación, así como derechos como el aborto, el reconocimiento de las identidades de género, las tierras, el agua, y mucho más.

En este terreno profundamente fracturado que el capital genera en el mundo dependiente, las disputas de clase tienden a intensificarse. Esto explica los estallidos sociales y políticos regulares en nuestras sociedades. Es el resultado de la barbarie que el capitalismo impone a regiones como la nuestra.

Una expresión de esta fuerza social se manifiesta en el terreno electoral. Pero con la misma rapidez que ha habido victorias, ha habido derrotas. Estas idas y venidas pueden naturalizarse, pero ¿por qué las victorias no han permitido procesos de cambio duraderos?

Por supuesto, no se trata de negar que ha habido golpes violentos de nuevo tipo que han conseguido desbancar gobiernos. Pero incluso entonces ya había signos de agotamiento que limitaban las protestas, con la clara excepción de Bolivia. Hay una enorme brecha entre el votante de izquierda y el que vota ocasionalmente por proyectos de izquierda. El triunfo neoliberal no estuvo solo en las políticas y transformaciones económicas que logró, sino también en la instalación de una visión e interpretación del mundo, sus problemas y sus soluciones.

La lucha contra el neoliberalismo pasa hoy por desmantelar todo tipo de privatizaciones y frenar la conversión de servicios y políticas sociales en negocios privados. Eso significa enfrentar a los sectores más poderosos económica y políticamente del capital, con control sobre las instituciones estatales donde actúan legisladores, jueces y militares, junto con los principales medios de comunicación, escuelas e iglesias. Podemos añadir que estos son los sectores del capital con los vínculos más fuertes con los capitales imperialistas y su conjunto de instituciones supranacionales, medios de comunicación y Estados.

Se trata de un bloque social sumamente poderoso. Resulta difícil pensar en atacarlo sin atentar contra el capitalismo como tal.

 

 

*JAIME OSORIO: Profesor Distinguido de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) – Xochimilco (México) e Investigador Emérito por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT). Ha publicado numerosos libros, entre los que se cuentan Fundamentos del análisis social. La realidad social y su conocimiento y Sistema mundial. Intercambio desigual y renta de la tierra.

 

Fuente: Jacobin América Latina

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