Cerrar la fractura: Por una planificación ecológica del metabolismo universal/ Ver- Solo el socialismo puede acabar con la explotación

18.02.23

Un acercamiento marxista a la actual crisis ecosocial, derivada de la forma de parasitaria de producción que caracteriza al capitalismo. La resolución de esta «fractura metabólica» constituye el mayor reto civilizatorio de la historia humana.

 

I

El ser humano se halla ante el reto civilizatorio más exigente de su historia. Uno que combina tanto problemas relacionados con la emisión de gases de efecto invernadero, con su consecuente aumento de la temperatura global y la perturbación en el equilibrio del sistema climático terrestre, como problemas derivados del uso extractivista de los recursos del planeta. Hoy en día, resulta difícil negar que todo ello, que podemos conceptualizar como crisis ecológico-social (o, simplemente, crisis ecosocial), tiene origen en la parasitaria forma de producir que domina a escala global: el modo de producción capitalista.

Para acercarnos teóricamente al problema desde el enfoque marxista, es útil reflexionar en torno a un concepto rescatado de Marx y popularizado en los últimos tiempos por John Bellamy Foster: la fractura metabólica. Marx habla de la «interacción metabólica» como aquella dependencia vital entre el ser humano y el resto de la naturaleza, de la que el proceso de trabajo es el nexo entre ambas partes. Partes que, en realidad, constituyen un solo «organismo» (es decir, las concebimos dialécticamente desde su unidad universal[1]), en el que una naturaleza humanizada y una sociedad determinada por la naturaleza no pueden ser entendidas como independientes. Entre ellas, la producción es el proceso a través del cual se media, regula y controla el intercambio metabólico de energía y materiales. Por lo tanto, de la forma que tome este metabolismo dependerá el lugar hacia el que camine nuestra historia social y natural.

Pues bien, hoy sabemos que esta relación sufre una fractura[2], coincidente con la expansión del capitalismo a partir de la Revolución Industrial y la separación antagónica entre campo y ciudad, cuyas consecuencias prácticas más evidentes son el agotamiento tanto de la fuerza de trabajo como de los recursos naturales, así como las rupturas en los ciclos de materiales a los que el término hace referencia en origen. Y si no encontramos la forma de cerrar esta fractura, conservando la sostenibilidad y el equilibrio de la relación metabólica, nuestro futuro avanzará a un escenario tan imprevisible como peligroso.

II

Apartir de esta conceptualización del problema, la pregunta más habitual es conocida: incluso si el capitalismo es el origen de esta ruptura, ¿no podríamos reconstruirla mediante ciertas reformas legales? La incompatibilidad entre el poder impersonal del capital y un control consciente del proceso productivo (y, por lo tanto, del proceso de trabajo), nos lleva a afirmar que no.

Las soluciones en el marco de las relaciones sociales capitalistas, ya sean medidas con origen en el enfoque ortodoxo de la economía ambiental o proyectos más ambiciosos propios de los actores políticos socialdemócratas, como el Green New Deal[3], son impotentes de cara a cerrar de forma efectiva la fractura metabólica y encarar la crisis ecosocial. En el capitalismo se toman los recursos naturales como gratuitos, esto es, el mercado no es capaz de valorar correctamente los costos de extracción y gestión a través de los actos de compra y venta, por lo que se procede a su sobreexplotación. Por ello, muchos economistas ambientales proponen «internalizar» los efectos negativos para readaptar los incentivos monetarios a través de, por ejemplo, eco-impuestos o permisos de contaminación, de forma que las externalidades negativas sean corregidas asignando valores monetarios a los servicios ambientales, es decir, comercializándolos. Pero tal perspectiva, que parte del enfoque teórico neoclásico, ignora la imposibilidad de incorporar adecuadamente las cuestiones ecológicas por la vía del mercado, dado que este solo acaba siendo capaz de funcionar a partir de un monocriterio: el de la rentabilidad.

El histórico volumen de horas de trabajo que necesitamos invertir para llevar a cabo una transición ecológica digna de tal nombre solo es comparable a medidas tomadas, como mínimo, en las economías de guerra. Las empresas no tienen ni la intención ni la capacidad de hacerlo, pues en ningún caso ello será rentable en términos monetarios. Y menos aún a corto plazo, que es lo que mueve a sus inversores. Esto no debería sorprender a nadie: ya sea para lograr una transición a una economía descarbonizada o para dotarnos de un sistema sanitario universal y gratuito, todas estas iniciativas serían sacrificios «a fondo perdido» para el capital.

Otras propuestas que sí asumen ciertos postulados anticapitalistas, como algunas de las tesis decrecentistas, incorporan al debate cuestiones valiosas que deben ser tenidas en cuenta, por lo que el diálogo con ellas (y su crítica) es necesario y nos permite avanzar en el debate teórico. Es indudable que el enfoque postdesarrollista en el que se enmarca la propuesta del decrecimiento ha contribuido a la concienciación sobre los límites medioambientales que la producción capitalista ignora, así como a impulsar una discusión necesaria sobre cuáles deberían ser los objetivos de un socialismo liberado de sus previsiones optimistas sobre el futuro y la abundancia material. Pero ello no hace de esta propuesta una alternativa robusta al capitalismo.

No siendo el objetivo de este artículo entrar en polémica, creemos que las propuestas decrecentistas, en el caso de tener potencialidad emancipatoria, solo podrían ser aplicadas en economías planificadas, en las que la producción se haya socializado. En ocasiones, la tendencia a primar la crítica a las pautas de consumo, o el hecho de centrar su discurso en un análisis meramente cuantitativo —positivo o negativo— del crecimiento, suele acabar relegando la contradicción fundamental del modo de producción capitalista, es decir, la relación capital/trabajo, en el mejor de los casos, a un segundo plano. A pesar de ello, en los últimos tiempos estamos percibiendo un acercamiento entre posturas con las que compartimos puntos importantes, como la de algunos decrecentistas anticapitalistas y la de la joven tradición ecosocialista[4], hecho que celebramos y esperamos que avance fructíferamente.

Todo ello nos obliga a trabajar colectivamente, tanto en el plano teórico como en el práctico, hasta lograr que nuestra gestión de la (re)producción social nos permita hacernos cargo de la fractura metabólica con el objetivo de repararla, de cerrarla. O, dicho de otro modo, construir una sociedad en la que “los productores asociados gobiernan su interacción metabólica con la naturaleza de manera racional, llevándolo a cabo bajo su control colectivo en vez de ser dominados por esta interacción en tanto una fuerza ciega” (Marx, 2015, p. 885)[5].

III

Así pues, necesitamos un proceso revolucionario que expropie y socialice los medios de producción, pero las ideas sobre cómo gestionar una economía sin mercado ni dinero acostumbran a brillar por su ausencia. Hoy, y en línea con la perspectiva teórica abierta por Paul Cockshott, podemos pensar en las posibilidades de planificar la economía incorporando los avances tecnológicos de las últimas décadas. La propuesta cibercomunista no ofrece recetas mágicas, sino que propone el marco económico-organizacional a partir del cual podemos actuar con eficacia para combatir la crisis ecosocial. La cuestión no puede reducirse a un tipo u otro de política, más o menos acertada, para combatir distintos efectos del cambio climático. Nosotros comprendemos que, siendo la forma de producir —la forma de organizar el proceso de trabajo—, lo que regula nuestra relación con el resto de la naturaleza, debe ser la propia forma de ordenar el proceso productivo la que integre orgánicamente la capacidad para solucionar los problemas ecológicos.

En una economía como la que proponemos, a la hora de elaborar un plan económico, «los límites ambientales se tienen en cuenta como una restricción material más (como lo es también la cantidad y la calidad de la fuerza laboral disponible) para la consecución de los objetivos propuestos» (Nieto, 2021, p. 132)[6]. Por lo cual, tanto si hablamos de emisiones, de extracción de recursos o de uso de la tierra, las preocupaciones ambientales deben ser incluidas en la planificación en tanto que restricciones, para así poder introducirlas en el problema de optimización a resolver para calcular el plan óptimo. El objetivo es que consigamos controlar, basándonos en la perspectiva del metabolismo social, los cuatro grandes momentos de toda economía: la extracción, la producción, el consumo y la gestión de los residuos.

Autores como Philipp Dapprich[7] han tomado la iniciativa de realizar simulaciones de economías planificadas para comprobar qué metodologías y protocolos garantizarían obtener planes que no excedieran el uso acordado de combustibles fósiles, teniendo en cuenta no solo los requerimientos en horas de trabajo y unidades de energía de los bienes de consumo, sino también el uso de recursos muy limitados. Su trabajo sobre modelos que mejoran las tradicionales tablas insumo-producto, tienen en cuenta, por ejemplo, las diferencias entre usar técnicas de producción basadas en el uso de energía eólica o en el uso del carbón, así como su intensidad. Todo ello considerando que la capacidad actual de la programación lineal logra dar solución a los problemas de complejidad computacional y limitar estrictamente las emisiones de CO2, algo fundamental para nuestro proyecto.

La tecnología computacional y de la información nos permite construir un sistema integrado de planificación económica que supere las profundas limitaciones de los rudimentarios mecanismos del dinero y el mercado. Basar nuestra forma de producir en las necesidades sociales de recursos naturales y tiempo de trabajo nos abre las puertas a gestionar la economía post-combustibles fósiles que necesitamos, pudiendo llevar a cabo enormes transformaciones estructurales en sectores como el del transporte, la construcción o la alimentación. Este tipo de cuestiones, entre otras, son las que se abordan en el libro recién publicado por Cockshott, Cottrell y Dapprich[8].

Podemos imaginar ejemplos como el de la restricción de la producción de alimentos cárnicos (fundamental para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero), y el uso del racionamiento para regular democráticamente su consumo, que, pese a su mala fama, es un mecanismo que no excluye a nadie por su nivel de renta, y abre las puertas a distribuir los recursos escasos a partir de una deliberación pública y transparente. Como hemos dicho, el problema ante el que estamos requiere, como poco, de medidas similares a las que adoptaron las economías de guerra, y la disyuntiva ante la que estamos no es otra que la de racionamiento o rapiña. De todas formas, los cambios necesarios en las dietas se vuelven menos abruptos si tenemos en cuenta la cantidad de alimentos que, hoy en día, la lógica de la rentabilidad obliga a desperdiciar (se estima que un 17% del total de alimentos). Además, entre el 8% y el 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero están asociadas a alimentos no consumidos[9], por lo que optimizar su producción y distribución nos facilitaría mucho las cosas[10].

No siendo este el lugar para profundizar en cuestiones técnicas, dos ideas principales deben ser destacadas. Por un lado, al prescindir del dinero, la planificación socialista es capaz de llevar a cabo un cálculo en especie, in natura, es decir, calculando directamente la producción en términos de unidades físicas (toneladas, litros, etc.). En línea con trabajos como el de Otto Neurath o Leonid Kantorovich, esto nos permite tomar en cuenta la escasez de recursos naturales y utilizar procedimientos matemáticos para determinar la combinación de técnicas de producción que cumpla mejor los objetivos del plan (Cockshott, 2008)[11]. Por otro, nos permite tener en cuenta algo fundamental: el coste de reposición de los recursos renovables. Los desarrollos metodológicos de Howard T. Odum (2007)[12] o de José Manuel Naredo y Antonio Valero (1999)[13] ilustran bien las posibilidades que tendríamos de, por ejemplo, calcular en unidades de energía los costes asociados a los procesos productivos. La cuestión clave aquí es la capacidad que nos brinda la planificación para reconvertir residuos en recursos, cerrando así los ciclos de materiales. Es decir, cerrando fracturas metabólicas[14].

También en línea con una perspectiva de metabolismo social, conviene hacer una breve mención a la importancia que deberá tener la planificación urbana de cara a superar la contradicción campo-ciudad. Autores como Fernando Moliní y Miguel Salgado (2011)[15] argumentan en favor de las ciudades compactas frente al desarrollo urbano de baja intensidad, por los ahorros y beneficios medioambientales de las primeras en términos de consumo de suelo, agua y energía o de contaminación. Pero rechazar la romantización de una vuelta al campo no es contradictorio con, siguiendo los planteamientos del movimiento desurbanista soviético (y particularmente de Nikolái Milyutin)[16], entender que las ciudades modernas comportan una masificación desigualitaria e ineficiente. Por lo tanto, una reestructuración de los espacios de convivencia sobre la base de criterios científicos, ecológicos y sociales, se nos revela como una necesidad acuciante.

Por otra parte, la propuesta cibercomunista apuesta por la democracia directa como “contraparte” político-institucional de la planificación socialista[17]. Por ejemplo, la elección de cargos públicos a través del sorteo, en vez de a través de mecanismos electorales representativos, demuestra adaptarse mejor al problema que nos ocupa. Un ejemplo curioso que muestra las potencialidades del sorteo es el de la Convención Ciudadana por el Clima, en Francia[18]: tras ser seleccionados 150 ciudadanos por sorteo, sus propuestas de leyes para la lucha contra el cambio climático fueron tan radicales[19] que han sido mayormente ignoradas por el gobierno de Macron, incumpliendo así su compromiso de implementar las decisiones colectivas que salieran de dicha asamblea.

La potencialidad de mecanismos democráticos para la gestión de los recursos naturales puede acreditarse con base en investigaciones tan aparentemente dispares como las de Elinor Ostrom[20] sobre los ejemplos históricos de gestión comunal, o con las aportaciones sobre cibernética de Stafford Beer[21]. La tan manida “tragedia de los bienes comunes”, uno de los buques insignia de la economía ortodoxa y la justificación para su pretensión de privatizarlos, supone una naturalización de las situaciones de obstrucción informativa que el socialismo pretende superar. Es conocido que cuando se establecen protocolos y procedimientos de deliberación y supervisión por parte de los afectados, la administración es mucho más prudente y cuidadosa. Además, la capacidad de la planificación socialista de incorporar gran variedad de criterios para gestionar los recursos nos permite abordar las cuestiones medioambientales como un asunto de deliberación pública de la sociedad en su conjunto, en vez de tratar de resolverlo mediante las preferencias de los consumidores[22].

IV

Con el inicio de la llamada época del Antropoceno, el ser humano pasó a convertirse en una fuerza geológica dominante con capacidad para modificar por sí mismo enormes procesos biogeofísicos. Ello puso al planeta entero en un riesgo real y tangible que solo puede ser abordado por la propia sociedad. Este papel protagonista que nuestra generación ha heredado, por lo tanto, solo puede ser interpretado correctamente abogando por la superación de la irracionalidad, ineficiencia e ingobernabilidad destructiva que nuestra actual organización de la producción implica. La planificación socialista, como dicen Leigh Phillips y Michal Rozworski[23], no es que nos permita pasar de ese Antropoceno «malo» a un Antropoceno «bueno», sino que es, en sí misma, la forma que tomará el Antropoceno «bueno».

Algo fundamental es tomar conciencia de que la crisis ecológico-social no es exclusiva del capitalismo. La superación de las actuales relaciones sociales no solucionará ningún problema de manera automática, sino que permitirá dar una salida política a lo que es, en definitiva, un problema político. Por ello, debemos trabajar con las posibilidades que nos brinda el presente, no dejándonos llevar por maximalismos utópicos de desarrollo sin límites de las fuerzas productivas, sino siendo conscientes de que el comunismo, como «movimiento real que anula y supera el estado de las cosas actual», tiene ante sí una tarea de condiciones materiales difícilmente reversibles en un plazo corto de tiempo.

La economía socializada y planificada puede ser descrita con multitud de adjetivos que la diferencien de la tiranía del mercado y propiedad privada que nos gobierna hoy en día (más justa, más eficiente, más racional, etc.), o incluso interpretándola como «el ejercicio de la libertad de decisión que se da en el conjunto de la sociedad» (Löwy, 2011, p. 45)[24]. Pero, ante todo, la planificación socialista es una gestión esencialmente ecológica del proceso de trabajo.

En las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista, el mercado actúa como un parásito que, devorando y agotando los recursos naturales, prefiere morir matando que poner fin a las monstruosas consecuencias de su actividad. Acabar con el parásito debe ser el objetivo común de todos aquellos preocupados por el futuro de nuestro planeta. Pero planificar la economía debe ser la aspiración de toda persona que anhele organizar nuestra actividad social de manera democrática, consciente y libre, para regular de manera sostenible y equilibrada el metabolismo universal.

 

Notas

[1] Para una mayor profundización se recomienda la lectura de «Marx en el Antropoceno: Valor, fractura metabólica y el dualismo no-cartesiano», de Kohei Saito. Disponible en: https://marxismocritico.com/2017/11/29/marx-en-el-antropoceno-valor-fractura-metabolica-y-el-dualismo-no-cartesiano/

[2] Una buena introducción a la perspectiva teórica de Foster puede ser «Marx y la fractura en el metabolismo universal de la naturaleza». Disponible en: https://marxismocritico.com/2014/12/23/marx-y-la-fractura-en-el-metabolismo-universal-de-la-naturaleza/

[3] Una posible crítica a este último desde nuestra perspectiva se puede encontrar en «Ante la emergencia eco-social mundial, ¿Green New Deal o planificación socialista de la economía?», publicado en El Salto por Maxi Nieto, Víctor Castillo y Guillermo Murcia. Disponible en: https://www.elsaltodiario.com/1984/green-new-deal-o-planificacion-socialista-economia

[4] Un buen ejemplo es el manifiesto «For an Ecosocialist Degrowth», firmado por autores de ambas perspectivas y publicado en Monthly Review. Disponible en: https://monthlyreview.org/2022/04/01/for-an-ecosocialist-degrowth/

[5] Karl Marx (2015): Manuscript of 1864-1865. Leiden: Brill.

[6] Maxi Nieto (2021). Marx y el comunismo en la era digital (y ante la crisis eco-social planetaria). Madrid: Maia ediciones.

[7] Para profundizar en los avances de Dapprich se recomienda la entrevista (dividida en dos partes) realizada por el portal After The Oligarchy, en la que se reflexiona sobre el modelo trabajado por Dapprich en su tesis doctoral. Disponible en: https://aftertheoligarchy.com/2022/05/26/philipp-dapprich-interview-on-central-planning-part-1-opportunity-cost-environment-capital-goods/. En Cibcom.org también está disponible una serie de artículos titulados «Simulando el socialismo», en los que Dapprich describe su simulación informática de una economía socialista.

[8] Paul Cockshott, Allin Cottrell y Phillipp Dapprich (2022). Economic planning in an age of climate crisis.

[9] United Nations Environment Programme (2021). Food Waste Index Report 2021. Nairobi.

[10] Tomas Härdin (s.f.). «La solución del cálculo económico [4]. Reduciendo emisiones y salvando vidas». Disponible en: https://cibcom.org/la-solucion-del-calculo-economico-4/

[11] Paul Cockshott (2008). «Calculation in-Natura, from Neurath to Kantorovich».

[12] Howard T. Odum (2007). Environment, Power, and Society for the Twenty-First Century: The Hierarchy of Energy. Columbia University Press.

[13] José Manuel Naredo y Antonio Valero (coords.) (1999). Desarrollo económico y deterioro ecológico. Fundación Argentaria.

[14] Aún sin hablar explícitamente de fracturas metabólicas, científicos soviéticos como J. K. Fyodorov ya hacían referencia en 1972 a esta cuestión, proponiendo ciclos cerrados en la producción como formas de reducir considerablemente la contaminación que causaba la industria. Un texto sin duda interesante a este respecto puede encontrarse en: https://cibcom.org/limites-del-crecimiento-en-el-comunismo/

[15] Fernando Moliní y Miguel Salgado (2011). «Los impactos ambientales de la ciudad de baja densidad en relación con los de la ciudad compacta», Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Vol. XVII, n.º 958. Disponible en: http://www.ub.edu/geocrit/b3w-958.htm

[16] Michael Gentile (2000). «Urbanism and Disurbanism in the Soviet Union», Inblick Östeuropa. Disponible en: http://inblickosteuropa.se/2000/05/urbanism-and-disurbanism-in-the-soviet-union-by-michael-gentile/

[17] Cockshott y Cottrell lo desarrollan en el capítulo 13 de Towards a new socialism (1993), titulado «On democracy».

[18] Germán P. Montañés (2020). «Macron contra la democracia: el caso de la Convención Ciudadana por el Clima», publicado en CTXT. Disponible en: https://ctxt.es/es/20201201/Firmas/34355/macron-convencion-clima-francia-sorteo-german-montanes.htm

[19] En The wisdom of the crowds (James Surowiecki, 2005) se muestra empíricamente, a través de distintos casos, como los grupos amplios de personas resuelven mejor los problemas que pequeños grupos de expertos, incluso en el caso de problemas técnicos.

[20] En El gobierno de los bienes comunes (1990), Ostrom plantea los siguientes ocho principios de gestión: 1) Límites claramente definidos (exclusión efectiva de terceras partes no involucradas); 2) Reglas de uso y disfrute de los recursos comunes adaptadas a las condiciones locales; 3) Acuerdos colectivos que permitan participar a los usuarios en los procesos de decisión; 4) Control efectivo, por parte de controladores que sean parte de la comunidad o que respondan ante ella; 5) Escala progresiva de sanciones para los usuarios que transgredan las reglas de la comunidad; 6) Mecanismos de resolución de conflictos baratos y de fácil acceso; 7) Autogestión de la comunidad, reconocida por las autoridades de instancias superiores; 8) En el caso de grandes recursos comunes, organización en varios niveles; con pequeñas comunidades locales en el nivel base.

[21] Jon Walker (s.f.). «Cybernetics of the Commons». P2P Foundation. Disponible en: https://wiki.p2pfoundation.net/Cybernetics_of_the_Commons

[22] John O’Neill (s.f.). «Cálculo socialista y valoración ambiental: Dinero, mercado y ecología». Disponible en: https://cibcom.org/calculo-socialista-y-valoracion-ambiental-dinero-mercado-y-ecologia/

[23] «Planificant el bon antropocè», de Leigh Phillips y Michal Rozworski. Disponible en: https://catarsimagazin.cat/planificant-el-bon-antropoce/. También disponible en castellano en: https://cibcom.org/planificando-al-buen-antropoceno/

[24] Michael Löwy (2011). Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe capitalista. Buenos Aires: Ediciones Herramienta y Editorial El Colectivo.

 

*CIBCOM: Grupo de investigación interdisciplinar dedicado a explorar las posibilidades de la planificación socialista de la economía en las condiciones tecnológicas actuales. Su objetivo es establecer los fundamentos institucionales, económicos y computacionales necesarios para construir un modelo de economía socialista democráticamente planificada, viable y eficiente, inspirada en las ideas de Marx.

 

Fuente: Jacobin América Latina

 

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Solo el socialismo puede acabar con la explotación

 

17.02.23
Entrevista por Nick French

La explotación de la clase trabajadora es fundamental para el funcionamiento del capitalismo. El argumento socialista es sencillo: podemos vivir en un mundo sin opresión.

 

El núcleo de la crítica socialista al capitalismo es la idea de que el sistema de libre mercado es inherentemente explotador. Los marxistas están de acuerdo en que los capitalistas utilizan su propiedad de los medios de producción para extraer plusvalía de los trabajadores, que en realidad producen bienes y servicios. Sin embargo, los socialistas han tendido a discrepar sobre cómo definir con precisión la explotación y si tiene sentido aplicar conceptos morales como la justicia y la equidad a las relaciones económicas.

En su nuevo libro, Exploitation as Domination: What Makes Capitalism Unjust [La explotación como dominación: qué hace injusto al capitalismo], el filósofo político Nicholas Vrousalis —alumno del difunto G. A. Cohen— ofrece respuestas sistemáticas a estas preguntas y desarrolla una visión alternativa de las relaciones económicas y sociales más allá del capitalismo. Jacobin entrevistó a Vrousalis acerca de su teoría de la explotación, cómo sería una economía socialista y por qué la izquierda debería abordar seriamente las cuestiones en torno a la justicia.

NF

En su libro defiende una visión de la «explotación como dominación». ¿Podría esbozar su teoría de la explotación?

NV

La explotación impregna la civilización humana. Pero lo que hace que su omnipresencia sea tan insidiosa es que la explotación es compatible con transacciones mutuamente beneficiosas entre adultos que consienten. No toda explotación tiene estas características: pensemos en la esclavitud, la servidumbre o el patriarcado. Pero algunas relaciones de explotación sí tienen estas características. Entonces, ¿qué puede haber de malo en permitir que otra persona haga uso de tus poderes, si esa transacción es realmente consentida y mutuamente beneficiosa?

La respuesta que doy en La explotación como dominación es que la explotación es una forma de dominación, a saber, el enriquecimiento propio mediante la dominación de los demás. En un eslogan, la explotación es un dividendo de la servidumbre: el dividendo que los poderosos extraen de la servidumbre de los vulnerables. Dicha extracción es compatible con el consentimiento, el beneficio mutuo o incluso la mejora de la autonomía. Así pues, la teoría de la dominación es atractiva porque explica por qué los contratos precarios, el trabajo sexual y los talleres clandestinos, por poner solo algunos ejemplos, son explotadores, aunque tengan las «virtudes» que a veces les atribuyen los economistas.

La teoría de la dominación también se distingue porque no solo hace hincapié en cualquier forma de poder sobre los demás, sino en el poder contrapoder. Es decir, el poder que usurpa o inhabilita tu capacidad para establecer, perseguir y revisar fines. Pongamos un ejemplo: si compras la última botella de leche en el supermercado, me impides comprar leche —un fin específico que tengo—, pero no frustras mi capacidad de establecer y perseguir fines.

Contrasta el caso de la leche con un caso en el que compras toda la comida, solo para revenderla a precios exorbitantes. O supongamos que privatizas las aceras y no me dejas ningún espacio no privado en el que pararme cuando intento ir al bar. En ambos casos, frustras mi propósito, no cualquier propósito particular que yo pueda tener, como en el caso de la leche. Esto es lo que significa que tu poder sobre mí sea contrapropósito. La explotación es la extracción de un beneficio que resulta de dicha frustración o usurpación de la finalidad.

NF

¿Por qué cree que esta teoría es superior a la de sus competidores?

NV

Los científicos sociales suelen suponer que la explotación tiene que ver con la ineficiencia —tienes un monopolio que te permite extraer rentas de nuestra interacción— o con la mala distribución —tienes un reparto injusto de los recursos—. Ambas teorías son erróneas.

La teoría de la ineficacia está ampliamente afirmada por los economistas, que identifican la explotación con la falta de remuneración de un «factor de producción» —básicamente el uso de la tierra, el capital o el trabajo— en proporción a su productividad. El beneficio, según esta teoría, es una recompensa por la asunción de riesgos, mientras que el salario es una recompensa por la contribución del trabajo. Esta teoría es errónea porque supone lo que hay que demostrar: que los capitalistas tienen derecho a una recompensa por el riesgo. Por ejemplo, yo puedo crear maravillas robando su abrigo o alquilándolo para obtener beneficios, pero no por ello tengo derecho al valor que gano, añado o aporto al abrigo. En otras palabras, si la propiedad privada capitalista es un robo, entonces no le corresponde legítimamente ninguna recompensa.

La teoría de la mala distribución, en cambio, es ampliamente afirmada por liberales y socialistas. Ofrece una mejor explicación de la injusticia de la explotación que la teoría de la ineficiencia, pero sigue sin captar manifestaciones importantes de la explotación. Supongamos que usted camina despreocupadamente al borde de un barco, se encuentra en el océano y necesita que le rescaten. Yo te digo: «Solo te rescataré si me pagas un millón de dólares», sabiendo que es culpa tuya que hayas acabado allí. Mi oferta es desorbitada, pero se produce en un contexto justo en términos de distribución. Sin embargo, sigo explotándote.

Así pues, la teoría de la dominación no considera que la explotación presuponga la ineficacia o la mala distribución. Todo lo que supone es que alguien se beneficia tratándote como su siervo, es decir, ejerciendo un poder contrapuesto sobre ti. De ello se deduce que las distintas formas de explotación a lo largo de la historia, desde la servidumbre hasta el patriarcado, son formas de sujeción de la agencia (y, de hecho, no cualquier forma de sujeción de la agencia, sino la sujeción de la capacidad de trabajar). Uno de los objetivos del libro es restaurar la centralidad del trabajo en la teoría de la explotación, mostrando que el trabajo independiente es la principal forma en que los seres humanos externalizan en el mundo sus legítimas relaciones con los demás.

NF

La explotación como dominación defiende la afirmación marxista clásica de que el capitalismo es inherentemente explotador. ¿Cuál es su argumento para defender esta afirmación?

NV

La portada del libro contiene la caricatura de Honoré Daumier Luis Felipe como Gargantúa, que representa a la monarquía francesa de 1831 consumiendo a sus súbditos trabajadores y cagando varios edictos religiosos y nombramientos de jueces, mientras sus burócratas y secuaces se alimentan de las migas de pan que caen de la cinta transportadora que lleva a los trabajadores a su inminente perdición.

Elegí esta portada porque representa nítidamente la producción capitalista. Basta con imaginar a Elon Musk como Gargantúa, consumiendo a sus súbditos trabajadores y cagando cohetes, mientras las migas de pan alimentan a sus directivos y secuaces varios. Este flujo circular de consumo y producción capitalista funciona de la siguiente manera:

El capitalismo es la propiedad concentrada, y por tanto desigual, de bienes productivos escasos, cuyo uso productivo se orienta a la maximización del beneficio. Este control unilateral sobre activos productivos escasos otorga a sus propietarios el control sobre las capacidades laborales de quienes solo tienen estas capacidades para vender a cambio del acceso a los activos productivos. Y esto, a su vez, da a los propietarios de los activos el control unilateral sobre el excedente material y, por extensión, sobre el ejercicio del stock de capacidades laborales que constituye el excedente de producción. Así es como los trabajadores llegan a producir su propia sujeción al capital: sus «cadenas invisibles».

De esto se deduce que el capital no es una propiedad intrínseca de las cosas, sino más bien una propiedad relacional, una relación monetizada de poder entre el capital y el trabajo («Yo te doy las herramientas, tú me das tu capacidad de trabajo»). El capital, en otras palabras, es una forma de trabajo subsumido. El libro estudia la historia del proceso de apropiación de las condiciones de trabajo por parte del capital, desde la usura generalizada hasta la industria manufacturera y mecanizada, y sostiene que implica el modo material de producción en una explotación —y por tanto dominación— progresivamente más intensa del trabajador.

Esta teoría también destaca los paralelismos entre la explotación capitalista y la patriarcal. El capitalismo es afín a algunas formas de patriarcado, en el sentido de que es compatible con opciones de salida significativas para los trabajadores individuales. Pero la disponibilidad de tales opciones —a través de los derechos laborales, el Estado del bienestar o una renta básica incondicional— no basta para emancipar a los trabajadores de la dominación de los capitalistas, del mismo modo que la disponibilidad del divorcio, o de opciones de salida significativas, no basta para emancipar a las mujeres de la dominación de los hombres.

Aquí valdría la pena añadir una nota final sobre la globalización. Es un tópico que el desarrollo de la individualidad humana presupone la interdependencia humana, lo que significa una división del trabajo, lo que significa una producción globalizada. Pero el capitalismo solo globaliza la producción globalizando la dominación constituida por el valor. El libro defiende una forma alternativa de interdependencia global, basada en el internacionalismo de la clase obrera. En mi opinión, el internacionalismo de la clase obrera es anterior a la autodeterminación nacional, de modo que cualquier recurso a esta última depende de la primera para su justificación.

NF

Usted sostiene que no solo puede haber relaciones verticales de explotación capitalista basadas en la relación capital-trabajo asalariado (los capitalistas explotan a sus trabajadores), sino también relaciones horizontales de explotación (las empresas más ricas explotan a las más pobres). La explotación horizontal puede darse incluso entre cooperativas propiedad de los trabajadores, lo que lo lleva a argumentar que el socialismo de mercado puede ser explotador de la misma manera que lo es el capitalismo. ¿Le he entendido bien?

NV

Sí, el libro distingue entre explotación en el trabajo y explotación en el lugar de trabajo. La explotación vertical es la explotación habitual en el lugar de trabajo, por ejemplo, la explotación del trabajador por el capitalista. La explotación horizontal se da en todos los lugares de trabajo o, más ampliamente, en todas las unidades económicas. Los grandes capitalistas pueden explotar a los pequeños capitalistas, como en la película Dodgeball. Así que si un gran capitalista como Globo Gym puede explotar a un pequeño capitalista como Average Joe’s Gym, entonces el primero también podría explotar al segundo si fueran cooperativas democráticas.

Globo Gym y Average Joe’s Gym, de Dodgeball. (Foto: 20th Century Fox)

Muchos se resisten a esta conclusión porque piensan que el poder es imposible en un mercado, sobre todo si es competitivo. Pero esta noción confunde el poder de mercado con el poder económico. En un mercado competitivo, es cierto, no hay poder de mercado; todo el mundo es un tomador de precios, como dicen los economistas. Pero eso no significa que no haya poder económico. Consideremos, por ejemplo, un mercado de agua perfectamente competitivo. Hay un gran número de vendedores que venden agua a precios competitivos. También hay un gran número de compradores de agua, algunos de los cuales no pueden permitirse comprar agua. En este caso, no hay poder de mercado, pero sí poder económico, suficiente para controlar la agencia de los compradores de agua.

Entonces, ¿explotan necesariamente los democráticos Globo Gym a los democráticos Average Joe’s? Creo que aquí debemos distinguir entre explotación y eficiencia superior. Si un Globo Gym democrático es simplemente mucho mejor en su trabajo que un Average Joe’s democrático, entonces está exento de eficiencia: los recursos laborales y no laborales se están desperdiciando en el Average Joe’s y pueden tener mejores usos en otros lugares. Esta objeción, tan a menudo planteada por los economistas, debe tomarse en serio. Mi opinión es que, en la medida en que los resultados superiores de Globo Gym en el mercado no se deben a una mayor productividad por trabajador, sino únicamente a un mayor control sobre los activos productivos, el poder de Globo sobre Average Joe’s es explotador.

En resumen, la posibilidad de explotación horizontal es la posibilidad de relaciones de explotación puras mediadas por el mercado. Ahora bien, hay muchas variedades de socialismo de mercado. La forma de socialismo de mercado más vulnerable a la explotación horizontal es aquella en la que el control sobre los bienes de capital está totalmente determinado por la rentabilidad. Esta es la forma de socialismo de mercado favorecida por algunos anarquistas, que abogan por empresas fuertes, controladas por los trabajadores, pero un Estado débil y no altamente redistributivo. Aunque este sistema deja poco o ningún margen para la explotación vertical —porque los trabajadores solo controlan a otros trabajadores—, deja mucho margen para la acumulación de desigualdad entre empresas y, por tanto, para la explotación horizontal.

La moraleja es que un lugar de trabajo sin explotación no garantiza una economía sin explotación.

NF

¿Cree que esto significa que el socialismo de mercado, como el capitalismo, es intrínsecamente injusto? Sospecho que a algunos lectores simpatizantes les parecerá sorprendente. ¿O es posible que una sociedad socialista de mercado sea justa?

NV

Una forma defendible de socialismo de mercado daría cabida a una fuerte presencia del Estado, con el fin de proteger el Estado de Derecho en nombre de todos, pero también para prestar servicios públicos con un fuerte componente predistributivo. La predistribución se contrapone a la redistribución, en el sentido de que la primera interviene en el punto de producción, no después, mediante la sanidad y la educación financiadas con fondos públicos, prestaciones de asistencia social a la población general y, posiblemente, la propiedad colectiva de los principales medios de producción.

Eso es el socialismo democrático: un sistema de mercados competitivos, cuyas unidades económicas compiten por el beneficio pero están en gran medida bajo el control de los trabajadores y que funcionan bajo una forma de propiedad pública fuertemente predistributiva. El libro explica qué significa esto exactamente, con la ayuda de la economía básica y la sociología económica.

NF

La última parte del libro está dedicada a exponer las implicaciones de su punto de vista para posibles futuros poscapitalistas. Usted defiende una forma de socialismo democrático que describe como un híbrido entre la democracia de la propiedad y la democracia en el lugar de trabajo. ¿Cuáles son, en pocas palabras, las principales características institucionales de este modelo?

NV

La respuesta corta es: propiedad igualitaria de cupones más control de los trabajadores.

El primer componente, la propiedad de cupones, es una idea que debo a John Roemer. Da a cada ciudadano una participación igual y negociable en la propiedad efectiva de los medios de producción. Así, Amazon, Google y Shell se socializan, y sus acciones se distribuyen equitativamente y se convierten en cupones, que se negocian en un mercado bursátil de cupones. La innovación crucial aquí es que estos cupones no pueden ser legados ni canjeados por dinero. Cada año, cada ciudadano recibe un dividendo en dinero de su parte de cupones, por valor de varios miles de dólares, como una cuestión de derecho social. Este sistema preserva la eficacia de los mercados, pero los inmuniza contra la desigualdad capitalista.

Limitar el socialismo a la propiedad igualitaria de los cupones plantea un problema. En el libro discuto esto bajo el nombre de «epistocracia laboral». La epistocracia laboral es una clase de trabajadores que, a fuerza de habilidades y talentos monetizables, pueden subyugar el trabajo de quienes carecen de ellos. La epistocracia laboral incluye a los «supergerentes» de los que habla Thomas Piketty, pero también a los trabajadores autónomos con talento, cuya extracción de rentas de escasez en el mercado —pensemos en LeBron James y J. K. Rowling— les permite controlar unilateralmente las capacidades laborales de los agentes del mercado subordinados.

Aquí es donde entra en juego el segundo componente, el control de los trabajadores. En lugar de convertir el lugar de trabajo en una dictadura de expertos, se podría garantizar que el conocimiento, especialmente las habilidades y el conocimiento tácito, se comparta de la forma más equitativa posible a través de directivos elegidos democráticamente, rotación de puestos de trabajo y formación opcionales, y toda la panoplia de protecciones constitucionales que ofrece la legislación laboral favorable a los trabajadores. Es probable que estas políticas compriman las desigualdades epistocráticas dentro de las empresas e inyecten un ethos de solidaridad en la economía.

Reunir los cupones y el control de los trabajadores: la idea es que la propiedad de los cupones se ocupa de la explotación capitalista horizontal, mientras que el control de los trabajadores se ocupa de la explotación epistocrática vertical. Por tanto, este modelo de socialismo democrático elimina ambas formas de explotación.

Extender estas ideas a las relaciones internacionales es sencillo en principio, aunque su puesta en práctica exigiría un acto titánico de solidaridad transnacional y voluntad política. Pero hay precedentes: la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN), por ejemplo, se fundó por acuerdo intergubernamental, bajo la propiedad y el control conjuntos de doce países.

NF

La explotación como dominación es una obra de lo que los filósofos llaman teoría normativa: plantea afirmaciones sobre qué es la explotación y por qué es injusta, y luego extrae implicaciones sobre cómo deberíamos pensar las objeciones morales al capitalismo y cómo sería una alternativa poscapitalista justa.

Hay una larga tradición en la izquierda, con raíces en los escritos de Karl Marx y Friedrich Engels, que mira con recelo o directamente con desprecio este tipo de teorización moral. ¿Qué diría usted a este tipo de críticas?

NV

Los socialistas de la época de Marx, es decir, los marxistas de la Segunda y la Tercera Internacional, pensaban que la victoria del socialismo era inevitable. Pensaban esto tanto porque afirmaban una tendencia inherente del capitalismo al colapso como porque la extensión del sufragio a todos los trabajadores, creían, haría inevitable el gobierno socialista perpetuo. Dedujeron que los argumentos moralistas a favor del socialismo son redundantes en el mejor de los casos, o ideológicos en el peor.

Hoy sabemos que tanto la premisa de los marxistas clásicos (que el capitalismo está condenado al colapso; que el socialismo es inevitable) como su deducción (que no es necesario argumentar a favor del socialismo por motivos de justicia) son falsas. La premisa es falsa porque el capitalismo no tiene una tendencia inherente al colapso: no hay una tendencia a largo plazo de la tasa de beneficios a caer, y el capitalismo puede adaptarse a las crisis medioambientales. Claro que hay recesiones recurrentes, despilfarro, desempleo y desigualdad masiva; claro que esto puede llevar a la barbarie. Pero nada de esto significa que el socialismo sea inevitable.

La inferencia —de la inevitabilidad a la redundancia de la justificación— también es falsa, porque necesitamos saber por qué estamos luchando y si tenemos razones para seguir haciéndolo. Puede que sea inevitable, dada mi adicción al chocolate, que me coma ese dulce, pero eso no hace que comerlo esté bien o sea algo que deba aplaudir.

Ahora bien, los marxistas clásicos consideraban que su propia misión era «aliviar los dolores de parto» del feto socialista. Pero incluso esa metáfora obstétrica presupone que el feto no es una teratogénesis, que el socialismo es una idea bien definida y valiosa. Así que la teorización normativa no solo es deseable; es un presupuesto de todo lo que hace y defiende la izquierda.

NF

Entonces, ¿por qué crees exactamente que los izquierdistas necesitan armarse con una teoría moral de la explotación o una crítica del capitalismo por motivos de justicia?

NV

Hay al menos cuatro razones por las que es indispensable una teoría de la injusticia del capitalismo. En orden creciente de importancia, refieren a la motivación revolucionaria, la ideología, la eficacia y la epistemología del valor. La última razón nos dice algo importante sobre el derecho a la esperanza en tiempos oscuros.

En primer lugar, consideremos las razones de motivación. No se puede luchar por algo que se cree injusto, al menos no con el mismo fervor o convicción que cuando se cree que se está luchando por la justicia. Este último pensamiento ya sugiere que debe haber creencias verdaderas y falsas sobre la justicia.

En segundo lugar, razones ideológicas. No se puede refutar el mantra TINA (there-is-no-alternative-to-capitalism, «no hay alternativa al capitalismo») sin elaborar «recetas para las cocinas del futuro». Dados los desastrosos fracasos que supusieron todos los intentos de instaurar el socialismo en el siglo XX, el peligro de producir otro pastel totalitario es razón suficiente para elaborar más recetas socialistas.

En tercer lugar, consideremos las razones de eficiencia. G. A. Cohen solía decir que, incluso si el ideal del socialismo es inviable ahora, saber lo que es puede ayudarnos a identificarlo y perseguirlo mejor cuando sea factible. Si no sabes cómo es el círculo ideal, no podrás elegir círculos mejores, aunque sigan siendo defectuosos, cuando estén disponibles.

Por último, hay razones epistemológicas. ¿Por qué plantearse el socialismo si no existe una verdad universal sobre su conveniencia? La esclavitud es injusta en todas partes y en todo momento. También lo es la explotación e, implícitamente, la explotación capitalista. ¿Pensamos seriamente que la verdad de la afirmación de que la esclavitud es injusta depende de la sociedad? Esa sugerencia es literalmente increíble, a pesar de lo que Michel Foucault, Richard Rorty o cualquier otro posmodernista quieran hacernos creer.

Pero hay un punto más profundo aquí, que es sobre la relación entre la objetividad del valor moral y la idea de la Ilustración de un derecho a la esperanza. Supongamos que quieres llegar al camping, donde todos son libres e iguales, pero no tienes forma de llegar, ni siquiera sabes lo que te costaría llegar. El derecho a la esperanza significa aquí: dado que la justicia es incondicionalmente buena como tal —no nuestras creencias sobre la justicia, sino la justicia en sí misma— y dado que es superior a otros fines (por ejemplo, el capitalismo neoliberal, el capitalismo del Estado del bienestar, etc.), solo porque es tan buena, cada uno de nosotros debe intentar alcanzarla. Cuando un número suficiente de nosotros lo hace, no hay nada que nos detenga.

Así que tenemos derecho a creer que, finalmente, nos ayudaremos unos a otros a alcanzarlo.

 

*NICHOLAS VROUSALIS: Profesor asociado de Filosofía Práctica en la Universidad Erasmus de Rotterdam, donde enseña Filosofía Política e Historia del Pensamiento Político de Kant a Marx.

 

Fuente: Jacobin América Latina

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