“La causa más noble para dar la vida es la liberación de los pueblos”, decía Manuel Pérez Martínez, el cura Pérez, originario de Alfamén (Zaragoza) y que durante dos décadas (1978-1998) lideró la guerrilla del ELN (Ejército de Liberación Nacional), la última fuerza que se mantiene insurgente en Colombia, y de cuya muerte se cumplen este martes 25 años.

Así lo recuerda una placa en su pueblo natal, del que se fue por última vez en 1961 aunque siempre mantuvo contacto con su hermano Paco, que sería alcalde del PSOE 20 años (1991-2011), y en el que da nombre a una calle en la que recuerda su figura un mural pintado sobre dos fachadas durante la edición de 2018 de Asalto, el festival zaragozano de arte urbano.

“Todas sus decisiones hay que enmarcarlas en el contexto en el que se producen, que es el de la teología de la liberación, el Concilio Vaticano II y los cambios que estaba habiendo en la iglesia”, señala su alcalde, Juan José Redondo, quien considera que “puede entenderse que en aquel momento y en aquellas circunstancias tomara esas decisiones, que hoy serían algo fuera de lugar porque todos sabemos que hay otras herramientas para luchar contra la desigualdad”.

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No fue el único que las tomó. De hecho, su historia discurre desde la adolescencia, cuando ingresa en el seminario menor de Alcorisa (Teruel), paralela a la de dos de sus compañeros de sotana, el también zaragozano Domingo Laín Sáenz, de Paniza, y el turolense José Antonio Jiménez, de Ariño, ambos enrolados como él en un ELN inicial en el que dejarían su impronta.

“En Colombia todavía hay un frente que lleva el nombre de Laín”, anota e historiador zaragozano José Ramón Villanueva, quien recuerda cómo el Gobierno colombiano mantiene en secreto el lugar donde fueron enterrados sus restos tras su muerte en un combate en la selva en marzo de 1974 “para evitar que se convierta en un lugar de peregrinación”.

Tres amigos en el seminario menor de Alcorisa

Los tres amigos coinciden a mediados de los años 50 en el seminario, trasladado a Alcorisa en la posguerra al haber quedado inservible el de Belchite, del que salieron para iniciar un recorrido que en el caso de Pérez pasó por los seminarios de Zaragoza y Madrid y, después de ser ordenado en Roma por Pablo VI, por una Francia en la que la grandeur se resquebrajaba con las vísperas del 68 y por el Getafe del aluvión migratorio de los 60, antes de volver a coincidir a finales de esa década en Latinoamérica, a donde viajaron como misioneros sin haber dejado de ser ‘curas rojos’.

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Los tres curas serían expulsados por su activismo político de la República Dominicana, primero, y más tarde de Colombia por sus actividades en uno de los suburbios de Cartagena de Indias, donde comenzaron a sintonizar con la figura de Camilo Torres, el sacerdote colombiano admirador de Che Guevara que lideró el ELN en sus primeros años (de 1964 a 1966, cuando muere en combate) y con la teología de la liberación.

De allí partió su crucial viaje a San Basilio de Palenque, el enclave de descendientes de esclavos llegados de Angola que en 1713, más de un siglo antes de la independencia de Colombia y cuando faltaba uno y medio para la Guerra de Secesión de EEUU, España acabó reconociendo como territorio libre de esclavitud tras años de combates.

Los tres amigos regresaron a Colombia unos meses después de esa segunda deportación desde Canarias, bajo identidades falsas, y ya con la intención de unirse al ELN, que en esas fechas atravesaba una de sus frecuentes crisis.

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Jiménez, el menos conocido del grupo de curas guerrilleros aragoneses, moriría en 1970 por una afección respiratoria y Laín caería cuatro años después en la selva, mientras que Pérez accedería en 1978 a la comandancia de la guerrilla y, con el tiempo, a la de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar.

“Resulta curiosa la trayectoria vital de esos tres amigos que se conocen en el seminario de Alcorisa y que tuvieron como referentes a Camilo Torres y la teología de la liberación”, explica Villanueva.

La influencia de la teología de la liberación

¿En qué consistía la teología de la liberación? Vendría a ser una evolución del cristianismo (no solo del catolicismo) de regreso a los pobres, y con ella al mundo obrero y en el caso de Latinoamérica también al campesino, de la que, con la incorporación de la dialéctica cómo método de análisis y con el aval que supuso el giro aperturista del Concilio Vaticano II, surgen fenómenos como los movimientos de cristianos de base, los ‘curas rojos’, que a menudo compaginaban sus tareas pastorales con empleos ‘en el mundo’, y los misioneros que acaban empuñando armas.

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La teología de la liberación, tachada en ocasiones de herética desde los flancos más conservadores y ortodoxos de la iglesia católica a lo largo de las última seis décadas, también tuvo defensores en la jerarquía, con obispos como el brasileño Hélder Cámara y el salvadoreño Óscar Romero, asesinado en 1980 por un ‘escuadrón de la muerte’, o el poeta y sacerdote nicaragüenseErnesto Cardenal, suspendido ‘a divinis’ por Juan Pablo II tras su apoyo a la revolución sandinista y rehabilitado por Francisco, como figuras más destacadas.

“El referente es Camilo Torres. Ellos son los continuadores” de una línea con un doble punto de arranque en la figura de Ernesto ‘Che’ Guevara y la teología de la liberación, apunta Villanueva, que llama la atención sobre la vigencia de ese referente en la Latinoamérica actual tras su reivindicación por Fray Beto, el principal asesor del presidente brasileño Luis Inazio Lula da Silva en materia de justicia social.

“Torres fue el primero y luego siguieron otros, convencidos de que solo la práctica de la liberación puede hacer coincidir al cristianismo y el marxismo humanista“, anota Iván Forero, activista de Derechos Humanos colombiano que se vio obligado a exiliarse en 1998, quien destaca la existencia de una corriente en ese sentido dentro del PT (Partido de los Trabajadores) brasileño.

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“Habría que ir a la montaña para ver cuánto de romántico había”

Las distancias, propicias para la proyección de personajes al imposibilitar la observación de personas, lo particular de su peripecia y aspectos de esta como su emparejamiento con una monja que colgó los hábitos o su excomunión tras la muerte a tiros del obispo de Arauca en 1989, en un ataque que nunca reivindicó el ELN, dieron a Pérez, o más bien a su imagen, cierta aureola mítica aunque paralela al debate sobre si en él primó la moderación o con sus compañeros impregnó la guerrilla de fundamentalismo cristiano.

“Encontrarse en Colombia con una sociedad tan desigual es lo que le dio pie a enrolarse en el ELN. Si es difícil combatirla en una sociedad como la nuestra, hay que imaginarse cómo sería en aquella”, dice el alcalde.

“Fueron fruto de la España del momento, idealizados por unos y denostados por otros entre los que destacaba la iglesia oficial”, anota Villanueva. En Aragón la idealización del ‘che estepario’ incluyó el lanzamiento de un vino con su retrato en la etiqueta que hasta hace poco aun podía verse como recuerdo en algunos bares del casco viejo de Zaragoza.

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“Habría que ir a la montaña para ver cuánto de romántico tenía aquello”, sugiere Forero, quien asegura que “la paciencia y la enorme capacidad de escucha que tuvo el cura Pérez dio lugar a una cultura organizativa que ha quedado en el fondo de las decisiones que va tomando el ELN”.

Una de esas últimas decisiones ha sido la de abrir con el Gobierno de Gustavo Petro contactos previos a unas conversaciones de paz cuya segunda ronda se celebra esta semana en México y que se prevén largas. Son paralelas a otras con los miembros de las FARC que volvieron a las armas.

“El ELN tiene razones para existir desde el momento en que quedan pendientes las transformaciones sociales que reclama”, anota Forero, quien sostiene que “la realidad estructural generó que surgiera la guerrilla en Colombia e hizo que muchos líderes sociales, sindicales y campesinos pasaran de la resistencia a unirse, y esas condiciones estructurales no han cambiado pese a los cambios que se han ido produciendo” en los últimos años, que incluyen la retirada del M-19 y de las FARC, aunque parte de sus miembros volvieron a armarse tras las ofensivas de los paramilitares posteriores a los acuerdos de paz.

Hoy, el ELN es el único de los seis grupos que en su día integraron la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, junto con las FARC, el M-19, el Ejército Popular de Liberación, el Partido Revolucionario de los Trabajadores y el Movimiento Armado Quintín Lame, que sigue en activo y que, de hecho, mantiene el control de amplias zonas en la mitad norte del país.

La existencia de importantes reservas de gas y de petróleo, además de mineras, en varias de esas zonas, hace que los contactos previos a las eventuales conversaciones de paz se estén siguiendo con especial interés desde algunos despachos de las principales empresas del Íbex35.

“La entrega de las armas no puede ser el primer punto”

¿A qué se refiere Forero cuando sostiene que “las condiciones que se daban cuando apareció la guerrilla siguen presentes“? Básicamente, a la persistencia de lagunas democráticas, a la ausencia de la reforma agraria y a la presencia nuclear del narco y los paramilitares.

“Se han ido abriendo espacios de participación, pero sigue habiendo una oligarquía vinculada al narcotráfico que reprime con violencia” al discrepante, indica el activista, para quien “la entrega de las armas no puede ser el primer punto de la negociación. Se mantendrán hasta que se den las condiciones para abrir los procesos de participación social. Ahí queda el espíritu del cura Pérez, de Camilo Torres, de Laín y de Jiménez”.

En se planteamiento confluyen dos líneas, una relacionada con la trayectoria del ELN y otra con la del propio país.

En la primera, anota, “los valores humanistas y cristianos de la teología de la liberación han hecho que se mantenga la oposición a que la guerrilla del ELN se vincule con el narcotráfico o que se respeten los principios de la ONU en el trato a la población civil y a los prisioneros”, en una línea en la que el debate ideológico viene conviviendo con la puesta en marcha de “construcciones prácticas para la mejora de la vida de los campesinos dando forma a fórmulas de cooperación y construcción” desde una “concepción del poder afianzada en el territorio y en su población. Una guerrilla no es solo la fuerza armada, sino también su territorio y su población”.

El balance de daños y las perspectivas de futuro

Casi 60 años después de la fundación del ELN en 1964, el balance de daños de Colombia incluye 210.000 desaparecidos y 4,7 millones de migrantes, según viene admitiendo la propia Cancillería, de los que un tercio (1,5 millones) son exiliados por motivos políticos. A esas cifras se les añaden los 750.000 desplazados y 450.000 víctimas mortales, 205.028 (45%) a manos de los paramilitares, 122.813 (27%) de la guerrilla y 56.094 (12%) de agentes estatales, que estimó laComisión de la Verdad del proceso con las FARC para el periodo 1985-2018.

Las zonas de mayor violencia coinciden con áreas de tierra fértil “en las que en lugar de una reforma ha habido una concentración de la propiedad de la tierra” al tiempo que crecía la superficie dedicada a la coca.

“Cada vez que ha habido una negociación ha acabado en un baño de sangre porque, en su perfidia, la oligarquía colombiana nunca ha cumplido los acuerdos con la guerrilla ni con los movimientos cívicos. Esa violencia ha legitimado en Colombia la existencia de una fuerza armada”, señala Forero, que cifra el 1.450 el número de líderes sociales y activistas de Derechos Humanos que han sido asesinados desde los acuerdos de paz de 2019, más de 300 de ellos desde que gobierna Gustavo Petro.

“Va a ser necesario mantener mecanismos de defensa y de resistencia mientras el Estado no desactive el paramilitarismo y siga habiendo impunidad”, añade, mientras recuerda las 400 masacres registradas con exmiembros de las FARC y habitantes de sus zonas de influencia como objetivos tras los acuerdos de paz. “Ocurrió como con el M-19: los exterminaron después de la negociación”, anota.